El 11 marzo de 2020, hace 5 años, la ONU oficializó la pandemia del covid-19. Después de tres años, el 6 mayo 2023 la declaró terminada como emergencia internacional. Fueron años oscuros en la historia de la humanidad. Siete millones de muertes que podrían ser 20, según nota de las Naciones Unidas.
A pesar de todo el avance tecnológico, científico, cultural, en todas las áreas del desarrollo humano, no estábamos listos para soportar el embate de la naturaleza.
Como que fue un mensaje de Dios, del universo o como quieran llamarlo, que nos demostró la fragilidad de la vida humana y que seguimos pendiendo de un hilo invisible de un designio superior a nosotros.
Tanta palabrería, tanto ego, tanta superioridad, para nada. Seguimos siendo mortales y endebles.
En palabras del doctor Tedros Adhanom Gebreyesus, director general de la organización, “el covid-19 ha dejado al descubierto y ha exacerbado las divisiones políticas dentro de las naciones y entre ellas.
Ha erosionado la confianza entre las personas, los Gobiernos y las instituciones, alimentado por un torrente de desinformación.
Ha dejado al descubierto las desigualdades de nuestro mundo, siendo las comunidades más pobres y vulnerables las más afectadas, y las últimas en recibir acceso a vacunas y otras herramientas”.
Desnudó la peor parte de nuestra naturaleza humana, la mezquindad. El que más tiene es el que más vale. Y no me refiero al simple humano, sino a países. Dejó al descubierto la ignorancia de una buena parte de la población mundial, que se encargó de causar desinformación en cuanto a los tratamientos y las vacunas, cuando fue obvio que las muertes empezaron a disminuir con el advenimiento de las mismas.
En Honduras hubo 11,114 muertos. De ellos, 112 eran médicos que murieron trabajando en la zona de guerra, a pesar del riesgo.
Solo el recuerdo de esos días de temor por enfermar, de encierro y angustia por el contagio, por las noticias diarias de muertes de personas conocidas, del deficiente sistema de salud pública, nos causa desazón.
La pandemia pasó, el mensaje no hizo mella. Nos olvidamos del dolor, la angustia, el temor y seguimos divididos por ambiciones y poder.
En Honduras seguimos desangrados por partidos políticos en luchas intestinas, usurpadores de la voluntad popular. Hacen y deshacen sin vergüenza. Se rodean de ambiciosos con bajos instintos, dispuestos a lo que sea.
Ya es tiempo de mandarlos a freír espárragos. Noviembre es buen momento.