Las huellas del padre Subirana

Hay quienes aseguran que Leandro tuvo el atrevimiento de llevar el animal hasta el templo, en el momento en que el padre oficiaba la misa, para que le diera los santos sacramentos.

Innumerables leyendas se han tejido alrededor del misionero Manuel de Jesús Subirana, cuyos restos descansan, desde hace más de 160 años, en la ciudad de Yoro. Murió en el lugar llamado Potrero de los Olivos, jurisdicción de Santa Cruz de Yojoa, desde donde los despojos fueron trasladados, en andas, hacia la cabecera del departamento de Yoro para ser depositados en la iglesia del lugar. Pese al tiempo transcurrido tras el fallecimiento, el cortejo fúnebre era seguido de una fragancia de rosas, según uno de los mitos.

Cuentan también que en Trinidad, Santa Bárbara, el religioso, de origen español, maldijo a un vecino prepotente, y a sus descendientes hasta por cinco generaciones, por haber cometido un acto irreverente dentro de la iglesia, en plena Semana Santa. El vecino llamado Leandro Fajardo era un hombre irreverente, muy rico y con fama de ser implacable. Cuentan trinitecos que cierta vez les metió fuego a unos predios cultivados, dejando sin su patrimonio a muchas familias pobres. Cuando llegó al pueblo la Santa Misión, encabezada por Manuel de Jesús Subirana, uno de sus amigos católicos le sugirió que, para sosegar su espíritu indomable, pasara por la iglesia a fin de recibir la bendición de Subirana. Leandro soltó unas palabras que tal vez fueron las que hicieron que se ganara la maldición del siglo: “Mejor díganle al sacerdote que me bendiga un novillo que voy a matar el Viernes Santo”.

Hay quienes aseguran que Leandro tuvo el atrevimiento de llevar el animal hasta el templo, en el momento en que el padre oficiaba la misa, para que le diera los santos sacramentos. Fue entonces cuando Subirana indignado sentenció contra el sacrílego: “Serás maldito tú y tus descendientes hasta la quinta generación”. El misionero también le habría profetizado que si mataba la res no podría vender su carne ni la comerían los animales de la tierra o del mar. Leandro terminó lanzando la carne al río Ulúa, a punto de descomponerse, al no encontrar quien la comprara ni la comiera.

Pero no solo imprecaciones llevó el religioso a Trinidad. También se le atribuye un milagro que surgió cuando predicaba ante un grupo de vecinos y foráneos que llegaron atraídos por sus elocuentes sermones. En esa ocasión, el misionero hizo una pausa en medio de la prédica y enseguida predijo que todo quedaría a oscuras en ese momento, como una demostración de lo que puede hacer el poder de Dios ante el mal comportamiento de sus hijos. Era pleno día y, en efecto, todo el pueblo quedó en tinieblas al instante, pero luego de que los pobladores terminaran de entonar un canto que él mismo les solicitó extendió los brazos formando una cruz, tras lo cual una luz radiante volvió a iluminar la comunidad. Sin embargo, incrédulos aseguran que lo que ocurrió fue un eclipse. De lo que no dudan los historiadores es que Subirana llegó a bautizar unos 9,000 xicaques; es decir, casi el total de los que vivían, en esa época, en el departamento de Yoro, al que dedicó la mejor parte de su apostolado misionero.

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