El aguijón de la abeja

Una familia que estaba de vacaciones viajaba en su vehículo con las ventanas bajadas, disfrutando la brisa cálida de un día soleado

  • Actualizado: 20 de abril de 2025 a las 00:00 -

Una familia que estaba de vacaciones viajaba en su vehículo con las ventanas bajadas, disfrutando la brisa cálida de un día soleado. De repente, una abeja entró por la ventana y comenzó a zumbar dentro del automóvil. Una de las niñas pequeñas, sumamente alérgica a las picaduras de abeja, inmediatamente se encogió sobresaltada en el asiento trasero. Si la abeja le pica, la niña puede morir en menos de una hora.

“Oh papá”, grita con terror. “¡Es una abeja! ¡Me va a picar!”. El papá detiene la marcha del vehículo, y extiende la mano hacia atrás para ver si puede capturar la abeja. Zumbando hacia él, la abeja choca contra el parabrisas delantero donde el papá la atrapa con la mano. Aguantándola con su mano cerrada, el papá espera recibir la inevitable picadura. La abeja propina su picadura en la mano del padre y con dolor, el padre la deja ir.

La abeja está suelta de nuevo en el vehículo. La pequeña se llena otra vez de pánico: “¡Papá me va a picar!”. Sin embargo, el padre suavemente le dice: “No cariño, no te va a picar. Mira mi mano”. El aguijón de la abeja estaba ahora alojado en su mano.

Esta historia es una poderosa analogía de lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz. Al igual que ese padre amoroso, Jesús tomó el “aguijón” de la muerte para salvarnos del castigo del pecado. En 1 Corintios 15:55-57, el apóstol Pablo pregunta: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”. Y luego declara que el aguijón de la muerte es el pecado, pero que Dios nos da la victoria por medio de Jesucristo.

Como el padre que mostró su mano herida para calmar a su hija, Jesús resucitado muestra sus manos marcadas a los discípulos para que sepan que ya no hay nada que temer. El poder mortal del pecado ha sido vencido. Por eso, cuando la incertidumbre nos envuelva, consideremos sus manos traspasadas y recordemos que ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1).

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