Cada quién decide qué hacer con su tiempo libre. En este caso, qué hacer en estos días de Semana Santa. De hecho, casi desde que comienza el año, y apenas recogidos los adornos de Navidad, se comienza a hablar de lo que se hará durante este feriado. Las opciones dependen en gran parte de la cuenta bancaria de cada quién, de modo que, para muchos, estos días se pasan en casa o se hacen cortos desplazamientos que no signifiquen generación de deudas o futuros aprietos económicos.
Sin embargo, independientemente de donde se pase o se vaya, pienso que hay que aprovechar para dedicar tiempo a la familia. Hay que pensar en la esposa, en los hijos, en esos parientes a los que vemos muy poco, porque las ocupaciones suelen copar la agenda y marcan notables distancias entre ellos y nosotros.
Habrá quién diga que es imposible que haya distancia con aquellos con los que compartimos techo y algunos tiempos de comida, porque hay una cercanía física obligatoria y porque nos vemos con frecuencia, diariamente; nos cruzamos en los pasillos de la casa y coincidimos en la cocina o en el comedor. Pero eso no es cierto. Aunque se compartan metros cuadrados todos los días, se sienten alrededor de la misma mesa por lo menos los fines de semana, e, incluso, se duerma en la misma cama, se puede vivir como si se estuviera a kilómetros de distancia, en paralelo, pero sin aproximarse como se debería.
Porque, aunque duela decirlo y aceptarlo, hay familias que no funcionan como tales. Si una de las definiciones de familia es la de una comunidad de amor unida por vínculos de sangre y afectivos, puede darse que no se tenga claro el concepto de amor. Sobre todo, en su componente de entrega, de donación, de renuncia a los propios caprichos, de olvido de sí. Lo que a veces tenemos es una difícil convivencia de profundos egoísmos que, tristemente, acaban en fracturas imposibles de reparar.
De modo que, por encima de cualquier plan, destinemos unos tiempos y unos espacios para la esposa, para los hijos; sobre todo para aquel que más lo necesite, y hagamos acto de presencia donde es real y verdaderamente importante y necesario. Los años y la vida misma con sus infaltables problemas, si no se saben gestionar inteligentemente, producen brechas entre las personas, aunque se comparta cama, aunque se comparta mesa. De ahí que debamos aprovechar cada ocasión que se presente y que pueda acercarnos. Al final, la familia continúa siendo el mejor lugar para nacer, para crecer y para morir.