Aquellos líderes

A Villeda Morales le faltaban 79 días para finalizar su mandato de cinco años cuando el 3 de octubre de 1963 los militares, en contubernio con políticos y terratenientes, le dieron un golpe de Estado

A Villeda Morales le faltaban 79 días para finalizar su mandato de cinco años cuando el 3 de octubre de 1963 los militares, en contubernio con políticos y terratenientes, le dieron un golpe de Estado.

Doce horas antes de aquel manotazo simiesco a la democracia, el jefe de las Fuerzas Armadas, el entonces coronel Oswaldo López Arellano, había asegurado al pueblo hondureño que no habría golpe. El seguro ganador de las elecciones del 13 de octubre de ese año era otro connotado líder liberal, progresista y carismático llamado Modesto Rodas Alvarado, pero su ideología no era del agrado de la transnacional bananera y de un sector empresarial que le temía a la fuerza creciente de las organizaciones gremiales.

El jefe de la guardia presidencial de Villeda Morales era Salvador Díaz Zelaya, un joven con ansias de superación, quien alternaba su trabajo en la Casa de Piedra con sus estudios de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. En cierta ocasión, antes del golpe, Villeda Morales le pidió a Díaz Zelaya instruir a su chofer particular que tuviera lista la limusina en la rotonda de Casa Presidencial porque saldría con el jefe de las Fuerzas Armadas a unos actos de la institución castrense.

Una vez en el vehículo, Díaz Zelaya se sentó al lado del chofer, mientras que el presidente y el militar se acomodaron en el asiento trasero del Cadillac negro. En cuanto López Arellano se puso cómodo en el mullido asiento mostró su agrio malestar a Villeda Morales por apadrinar la candidatura de Modesto Rodas Alvarado, quien había dicho públicamente, con su oratoria florida, que cuando fuera presidente sacaría del cuartel a los militares para ponerlos a trabajar.

“Vaya quitando ese candidato que tiene el Partido Liberal porque le hace daño al país y a las Fuerzas Armadas”, pidió con tono enérgico López Arellano al doctor Villeda Morales como si de un subalterno se tratara. El mandatario lo miró fijamente a los ojos y sin amilanarse le contestó: “Esos son los juegos de la democracia y no se deben alterar...”.

En eso, ambos se dieron cuenta de que adelante había oídos ajenos a la conversación y corrieron la cortina de vidrio que los separaba del asiento del conductor. Pocos días después, Díaz Zelaya fue notificado por Villeda Morales de que iría con una beca a México para que allá pudiera terminar su carrera de Medicina sin las presiones de un deber adicional.

Estando en tierra azteca, el jefe de los cadetes se dio cuenta del golpe y cayó en la cuenta de por qué lo habían sacado del país con el ardid de una beca. El caso es que tanto López Arellano como Villeda Morales tuvieron miedo de que Díaz Zelaya y su Guardia de Honor Presidencial se opusieran a la asonada y por eso lo mandaron a un exilio bien disimulado.

Cuando todo pasó y se normalizó la situación política en el país, Díaz Zelaya recibió a Villeda Morales a su regreso del exilio en Costa Rica. Entonces le escuchó decir que “ni diez presidencias de la república valen la sangre de un tan solo hondureño”, en alusión a que prefirió ceder el poder a sacrificar a un compatriota.

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