El aroma inunda el comedor Mina y parece extenderse a lo largo de la carretera lo que hace que los conductores de rastras, buses y vehículos particulares hagan un alto en Sabanagrande para saborear la exquisitez de las rosquillas y tustacas que son tradicionales en esta encantadora comunidad.
A las cuatro de la mañana están en pie hombres y mujeres, empleados del comedor, listos para comenzar a elaborar estos productos con un toque de sabor a queso o cuajada mezclado con el sabor del maíz.
El número de quintales de maíz a utilizar en la cocción varía en función de la producción, pero se necesitan tres días para tener lista la base que dará el punto exacto para cocerlo, secarlo y molerlo.
Una vez molido se prepara la masa que manos expertas moldean y aderezan hasta darles el sabor peculiar que ha hecho famosas las rosquillas de Sabanagrande, dentro y fuera del país.
El secreto para alcanzar el sabor que emana de las crujientes rosquillas está en saber combinar la leche, la mantequilla, el queso o la cuajada con la margarina y los huevos para agregarlos al maíz procesado.
El punto exacto
Con todos los ingredientes listos encontramos a Aída Fúnez, propietaria del comedor Mina, quien junto a su personal se prepara para elaborar el producto que será consumido durante el día.
Ponen la masa por aquí y de inmediato hacen la mezcla de los ingredientes que le ponen el punto saladito que caracteriza al producto.
Lo amasan, lo preparan y cuando ya está listo lo colocan en las cazuelas especiales que luego pasan al horno de tierra.
Hace 60 años que doña Guillermina Sierrra, ya fallecida, comenzó una tradición que luego heredó a sus hijos y motivó a otros vecinos a seguir el ejemplo para convertir a Sabanagrande en la capital de las rosquillas. “Mi madre fue la que promovió la elaboración de las rosquillas, quesadillas, tustacas y todos los derivados del maíz. Ella siempre decía que había que mantener la calidad y por eso en las quesadillas tratamos que el relleno que es elaborado con cuajada, canela y mantequilla, tenga ese toque especial y sea abundante, porque eso nos hace marcar la diferencia de nuestro producto”, manifestó Aída Funez.
Al fondo del comedor encontramos a las mujeres que dan forma a cada uno de los productos: unas preparan las rosquillas, otras hacen el relleno, más allá están las encargadas de las tustacas, y por último los hombres que son los responsables de dar el punto de cocción, secado y molido al maíz.
En el centro de todo el laberinto está don Porfirio, pendiente del horno. Ya no recuerda ni cuantos años lleva dando el punto de calor exacto para que no varíe el sabor ni la textura del apetecido producto.“El punto para meter las cazuelejas con el producto es cuando ya toma un color rojizo, esto indica que la temperatura está en el grado justo. Son 20 minutos para que tengamos el producto tostadito, no sale ni quemado ni con falta de cocción, es como se dice tener el punto exacto”, manifestó don Porfirio mientras sacaba las cazuelas del fondo rojizo. Una vez fuera del horno, las mujeres se afanan en embolsar las rosquilla y quesadillas calientitas, porque afuera están los clientes esperando llevarse el producto recién hecho. Las rosquillas de Sabanagrande también viajan en las maletas de viejos clientes del comedor que llevan su sabor a Estados Unidos y Europa. “La gente viene y pide el producto para llevar, pero a veces por teléfono nos llaman y nos hacen pedidos”, apuntó Aída Fúnez.
Una estadía gastronómica el fin de semana en esta comunidad del sur incluye además otros productos elaborados a base de maíz tierno, como los tamalitos, las montucas y las riguas.