El primer contacto:
“Habiendo desembarcado en la isla (de Pinos), don Bartolomé Colón con algunos de los expedicionarios vieron llegar una canoa, o bote de grandes dimensiones, hecha del tronco de un solo árbol.
Para resguardar a los pasajeros del sol y de la lluvia tenía en medio una especie de cámara, formada con petates, o esteras; y en ella había mujeres, niños y varias mercaderías… Llevaban también vasos y otros utensilios de barro, mármol y madera dura; sábanas, mantas y camisolas sin mangas ni cuello, de algodón, blancas o teñidas de varias colores; cacao en abundancia; maíz, camotes y otras raíces alimenticias, como también un brebaje que por la descripción que de él se hace, debía de ser la bebida regional que llamamos chicha…”
José Milla, Historia de la América Central. Tomo 1, pág. 113.
Al momento de aquel primer encuentro, Honduras se encontraba poblada por varios grupos étnicos distribuidos en bolsones a lo largo y ancho del territorio. Mayas-chortíes, lencas (divididos en cuatro grandes grupos), tolupanes o xicaques, pech y otros, ocupaban fracciones de una extensa geografía; diferencias culturales atizaban rivalidades frecuentes y la unidad no era precisamente la mejor característica.
Cada grupo había adquirido un determinado nivel de desarrollo y el intercambio con los pueblos aztecas del actual México era bastante limitado (el cacao solía ser uno de los principales incentivos para el comercio).
Poco a poco, los investigadores han ido encontrando pruebas de ese comercio, como lo demuestran los hallazgos en el parque arqueológico Currusté en las inmediaciones de San Pedro Sula.
Otra prueba de ese intercambio podrían ser las extraordinarias pictografías que se encuentran en la Cueva Pintada, ubicada a escasos minutos del pueblito de San Francisco de Lempira, cabecera del municipio del mismo nombre.
El municipio se encuentra al sur de departamento, exactamente dentro de los límites que la tradición señala como el territorio de combate de Lempira. Aquí, son muchas las historias sobre el cacique y su gesta que se transmiten de generación en generación.
En ellas, son escenarios frecuentes las numerosas cuevas que existen en las montañas cercanas.
La Cueva Pintada no tiene la profundidad necesaria para ser considerada científicamente como una cueva; en realidad, es un abrigo rocoso en la parte alta de un pequeño cerro.
Allí, el viajero encuentra diversas pinturas realizadas con materiales naturales por los indígenas. Se pueden apreciar dos diferentes imágenes del sol, manos, figuras de animales y una serpiente que nos recuerda de inmediato las serpientes emplumadas del centro de México.
También existe una extraordinaria figura humana que bien se puede definir, como dice el guía local Max Elvir, con un “danzante engalanado con vistosos atuendos ceremoniales”.
Las primeras noticias de esta cueva parecen provenir de monseñor Federico Lunardi en su libro de 1943: “Lempira: el héroe de la epopeya de Honduras”. Lunardi fue un célebre explorador e investigador que recorrió Honduras mientras ejercía sus funciones eclesiásticas en la primera mitad del siglo veinte. Publicó numerosos reportes sobre sus viajes y se interesó mucho en la gesta del cacique. En este libro, Lunardi escribió:
Es muy posible que Cueva del Duende sea la actual Cueva Pintada; las señas dadas por Hernández concuerdan a cabalidad. Pero no es ésta la única cueva en la zona. A menos de dos kilómetros existe otra que los lugareños llaman Gelpoa.
Aparentemente, la cueva nunca ha sido explorada a fondo y nadie conoce cuán profunda es; sin embargo, la tradición oral del pueblo sostiene que era una de las cuevas que Lempira utilizaba como corredor subterráneo para movilizarse entre las montañas.
De hecho, a la Cueva de Gelpoa la suelen llamar también “La Cueva de Lempira”.