26/03/2025
01:12 AM

'Teología de la prosperidad”

En estos tiempos llenos de confusión, de malos entendidos e incertidumbres, es menester para todo ser humano ir en busca de la verdad. Pero es mayor responsabilidad, para todo aquel que la tiene, difundirla y dispersarla a fin de remover cualquier vestigio de falsedad que opere contra ella.

En estos tiempos llenos de confusión, de malos entendidos e incertidumbres, es menester para todo ser humano ir en busca de la verdad. Pero es mayor responsabilidad, para todo aquel que la tiene, difundirla y dispersarla a fin de remover cualquier vestigio de falsedad que opere contra ella. Y es siguiendo este último enunciado que el presente escrito llega a usted, querido lector, con el propósito de aclarar algunos asuntos en torno a lo que popularmente se conoce como la 'teología de la prosperidad'.

Es posible que más de alguno no esté familiarizado con este término. Sin embargo, es muy probable que la gran mayoría (por no decir todos), haya sido expuesta a las famosas 'maratones' televisivas o radiales, donde se asegura la bendición divina a cambio de un 'pacto económico' entre la persona y los que presiden el medio de comunicación en cuestión (aunque ellos aseguren que el pacto es con Dios mismo). Ésta se constituye como una de las manifestaciones más 'destacadas' de esta teología en nuestro medio.

Ahora bien, ya sea que usted haya 'pactado' alguna vez o no esté de acuerdo con este tipo de prácticas religiosas, aquí le presento algunas consideraciones de capital importancia, las cuales, espero, no deje escapar.

La idea de las mismas es que sirvan como plataforma para la reflexión sobre la veracidad o falsedad de la 'teología de la prosperidad'.

Un asunto preliminar

Es casi de dominio público reconocer que la teología se define como el estudio humano de la Divinidad.

Sin embargo, es importante señalar que por ser 'humano' el estudio, es posible que las conclusiones a las cuales se llegue no sean del todo correctas debido a que la naturaleza humana es imperfecta y finita. Por tal razón en este punto se advierte al lector que no toda reflexión o teología (en este caso cristiana) es correcta. El único modo de conocer cuán veraz es un discurso teológico es reconociendo su apego a lo que dicen las Sagradas Escrituras (la Biblia). Mientras más alejado se esté del consenso bíblico, más sujeto a errores y falsedades se va a estar. Tomando como base lo dicho en este apartado, ahora sí, entremos en materia.

La bendición no se compra

No existe registro bíblico que indique que para ser bendecido por la Deidad se tenga que dar algo a cambio. Según la Biblia, Dios bendice a las personas incondicionalmente porque ama incondicionalmente (Mateo 5:43-48). Nunca en las Sagradas Escrituras se ve a las personas 'comprando' la bendición o el favor divino con dinero o algún tipo de posesiones.

Un ejemplo revelador es el caso de Simón, 'el mago de Samaria', el cual quiso comprar con dinero la capacidad de dar a otros el Espíritu Santo.

La respuesta de Pedro fue lapidaria: 'Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero' (Hechos 8:20 versión Reina-Valera 95; esta versión se utilizará a lo largo de todo el escrito).

En el Antiguo Testamento se narra la historia del profeta Eliseo, quien no aceptó los regalos del sirio Naamán, el cual los ofreció como pago, luego de ser sanado de su lepra por la Divinidad, a través del profeta (2 Reyes 5:15-16).

Es un axioma bíblico indiscutible que para recibir cualquier cosa de Dios lo único necesario es la fe en él (Mateo 7:7-11; Marcos 5:21-43; Juan 15:7; Hebreos 11; etc.). Es más, Dios bendice incluso a los que no la tienen con el fin de demostrarles su amor e instarles a que entiendan que él los ama y espera que ellos se acerquen a él con fe (como fue el caso de Naamán). En resumen, para obtener la bendición divina no hay necesidad de 'pactar' con

personas, dar dinero a alguien o a algo o entregar alguna posesión a cambio, lo único necesario es pedir con fe. En este sentido, la bendición es dada directamente por Dios a la persona. No hay necesidad de intermediarios, salvo la persona de Cristo (Juan 14:6; 1 Timoteo 2:1-6).

¿Pactos?

Antes de continuar con las demás secciones, es importante reflexionar sobre uno de los conceptos que forman parte del vocabulario de los seguidores de la teología de la prosperidad: el concepto de 'pactos'. Es cierto que en la Biblia se puede observar que Dios ha tratado con la humanidad a través de los así denominados pactos (convenio entre dos partes que obliga a los implicados la observancia de lo acordado).

Sin embargo, es también cierto que, como dice el Nuevo Testamento, el último pacto que entró en vigencia, según el plan divino, es el 'Nuevo Pacto' entre Dios y los hombres sin ningún tipo de connotación monetaria o económica (Lucas 22:20; 1 Corintios 11:23-26). Éste fue instaurado por Cristo y es por esto que no existe ninguna necesidad hoy en día de establecer otros pactos con Dios, puesto que podemos gozar del Nuevo Pacto a través de la fe en Cristo. En resumen, hablar de 'pactos económicos' es falsear las Escrituras, ya que ellas no avalan este tipo de concepto.

La teología de la prosperidad es una 'teología escapista' Una de las realidades terrenas más perceptibles es que al ser humano no le agrada el sufrimiento, ni mucho menos afrontar algún tipo de carencia. Siguiendo esta línea, la teología de la prosperidad espera que aquí y ahora no exista dolor, aflicción, problemas económicos, muerte, enfermedades, etc.

Por su parte, el texto bíblico nos advierte que, gracias a los efectos del pecado, es inevitable enfrentar algún tipo de tribulación en esta vida. Es por esto que insta a encarar las aflicciones con una actitud adecuada. Pablo, por ejemplo, aprendió a vivir su vida con gozo, no importando su situación económica (Filipenses 4:10-13). Lázaro, personaje de una de las parábolas de Jesús, murió siendo extremadamente pobre y enfermo. Pero esto no le impidió que luego de su muerte fuera trasladado al seno de Abraham, a gozar de una eternidad con Dios. Por otro lado, el rico, personaje de la misma parábola, a pesar de haber gozado de todo tipo de comodidades en su vida terrenal, luego de su muerte fue trasladado a un lugar de tormento (Lucas 16:19-31). Santiago exhorta a los seguidores de Cristo a gozarse profundamente cuando se encuentren en diversas pruebas (cualquier tipo de problema, tribulación o aflicción), ya que la prueba tiene como resultado el 'crecimiento' como persona (Santiago 1:2-4).

Esto no quiere decir que el cristiano es una especie de masoquista, ya que nadie está buscando el sufrimiento per se. Simplemente se insta a encarar correctamente las tribulaciones, cuando se presenten.

En conclusión, mientras la teología de la prosperidad predica un 'escape' de las situaciones adversas, la Biblia motiva a encararlas y entenderlas, sabiendo que Dios permite que sucedan para que crezcamos, perfeccionando así nuestra confianza en él.

En fin, poseer salud, bienes, dinero, popularidad, etc., o no poseerlos no es determinante en la vida. Lo determinante es tener fe en Dios, que tiene el control de todo y la potestad para dar o quitar (Job 1:21) ya que conoce qué es lo mejor para nosotros, gracias a su sabiduría perfecta.

La bendición es para ser de bendición

Una de las verdades que aparece transversalmente en la Escritura es que Dios bendice para que se bendiga a los demás. El favor divino siempre tiene objetivos colectivos y nunca fines egoístas. Dios le prometió a Abraham que lo bendeciría con el propósito de que él fuera de bendición para sus semejantes (Génesis 12:1-3). Era costumbre que en la iglesia de Jerusalén del primer siglo sus miembros vendieran algunas de sus propiedades o bienes con el fin de que nadie pasara necesidad (Hechos 2:44-45). Es más, 'ninguno decía ser suyo propio nada de los que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... así que no había entre ellos ningún necesitado' (Hechos 4:32-37). Los cristianos de Macedonia, al conocer de la necesidad que estaban pasando los cristianos de Jerusalén, se propusieron enviarles una ofrenda económica, aunque ellos eran por demás pobres (2 Corintios 8:1-4). Dios espera que todo lo que nos ha concedido sea puesto al servicio de nuestros semejantes.

Por ello es menester preguntarnos: ¿Cuánto de nuestro sueldo está destinado a la ayuda de los necesitados? ¿Ponemos nuestros bienes a disposición de los demás para que les sirva en algo? ¿Cuánto de lo que 'gastamos' es para nosotros mismos y cuánto para los demás? ¿Tenemos preocupación por las necesidades de los que nos rodean? ¿Buscamos solventarlas de alguna manera? Lamentablemente, la teología de la prosperidad se queda corta al sólo hacer énfasis en que Dios bendice a las personas. Al no aclarar que Dios da para que seamos generosos con nuestros semejantes, se crea una mentalidad egoísta e individualista de la bendición. Resumiendo, la bendición divina dependerá del buen uso que hagamos de los recursos que nos concede.

Y un punto cardinal en esa buena administración es poner siempre como prioridad la ayuda a las necesidades de las demás personas, antes que las de uno mismo.

No por nada Pablo hace eco de las palabras de Jesús, diciendo: 'Más bienaventurado es dar que recibir' (Hechos 20:35).

El peligro de las riquezas Dios está muy preocupado por el tipo de relación que puede existir entre el ser humano y los bienes materiales, incluido el dinero. Es muy fácil para esta clase de cosas constituirse como el aspecto más importante en la vida de las personas. No es raro, entonces, que hasta lleguen a rivalizar con el mismo Dios (Mateo 6:24; Lucas 16:13).

Por todo esto, la Biblia nos advierte del peligro que conllevan las riquezas. Éstas pueden doblegar fácilmente nuestra voluntad y someternos a un estado de esclavitud para con ellas.

Cabe aclarar en este punto que las posesiones materiales no son malas en sí mismas. Sin embargo, se pueden convertir en un grave problema cuando la persona cree que su seguridad está garantizada por el objeto (las riquezas) y no por el sujeto que las da (Dios).

En esta situación se encontraba el joven rico que quería conocer de Jesús el modo de obtener la vida eterna (Mateo 19:16-23). Él quería acercarse a Dios, pero sus posesiones se lo impidieron. Por eso Jesús dijo claramente: 'Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee' (Lucas 12:15). Pablo, por su parte, afirma categóricamente que los que buscan enriquecerse caen en la tentación y en la codicia, ya que la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual hizo que muchos se extraviaran de la fe (1 Timoteo 6:9-10).

Para tratar de evitar el peligro de las riquezas, las Sagradas Escrituras apelan, en primer lugar, a que reconozcamos que Dios es el que, al fin de cuentas, nos da la cantidad de posesiones, bienes materiales y dinero que él quiera darnos.

Por ello, nuestra fe debe estar puesta en él y no en las cosas, sabiendo que él tiene cuidado de nosotros (Mateo 6:25-34). Y en segundo lugar, la Biblia nos insta a que nuestra mirada esté siempre fijada en lo necesario para nosotros, no más, no menos (Proverbios 30:8-9; Mateo 6:11; 1 Timoteo 6:8). En la teología de la prosperidad, uno de los puntos cardinales es que el cristiano 'debe tener siempre lo mejor': mejor casa, mejor auto, mejor trabajo, etc. Esto se predica sin analizar lo peligroso que es dar un énfasis excesivo a lo material.

Un ejemplo de esta reflexión acrítica es que algunos han llegado a asegurar que el pobre, por su condición de carencia, tiene mayor oportunidad de cometer pecado y alejarse de Dios, a diferencia de la persona rica. Este pensamiento está en un claro antagonismo con el registro bíblico, el cual señala que son los pobres los que tienen mayor oportunidad de llegar a conocer a Dios (Lucas 6:20-21; 21:1-4), a diferencia de los ricos (Marcos 10:24-25; Lucas 6:24; Santiago 5:1-6).

La teología de la prosperidad, como su nombre lo indica, aboga por una prosperidad material que, de acuerdo a la Biblia, puede o no ser dada por Dios según él lo crea conveniente; que puede que nunca se goce en esta vida (como es el caso de una gran cantidad de cristianos a lo largo de toda la historia, así como del mismo Jesús) sin que esto afecte nuestra relación con Dios; 3) que no indica un mejor o mayor grado de cristianismo o espiritualidad; 4) y que, como vimos en este apartado, puede fácilmente desviar la fe de la persona al grado de que se confíe más en las riquezas que en Dios mismo.

Cuidado con algunas personas

Aunque es posible que algunos de los que predican la teología de la prosperidad tengan buenas intenciones (y cuyo único 'pecado' haya sido una mala interpretación de las Escrituras), es importante advertir de la posible presencia de personas sin escrúpulos en dicho grupo.

Para el televidente o radioescucha es prácticamente imposible discernir la calidad moral o ética de los que le instan a 'pactar' con Dios.

Es muy difícil conocer si el dinero recaudado es bien administrado o si es usado para beneficios personales.

En este sentido, tenga cuidado.

A lo largo de todo el escrito, usted ha podido corroborar lo alejada que está la teología de la prosperidad del texto bíblico (lo que la hace errónea y falsa).

Por tanto, ¿qué puede esperar usted de los que le han instado a creerla? Jesús, en su mensaje relacionado con lo que habría de acontecer en el futuro, alerta de la presencia de una gran cantidad de falsos profetas que se levantarán y engañarán a muchos (Mateo 24:11).

Y en otra parte presenta el mecanismo que se debe seguir para identificar a los falsos maestros: reconocerlos por sus frutos (Mateo 7:15-20). Es claro, entonces, que no todo discurso cristiano que se escuche puede provenir de Dios.

Debido a la existencia, siempre latente, de los falsos profetas, pastores o maestros, es menester que la credibilidad de ellos, su ética y su mensaje sean analizados a través del prisma de la Palabra de Dios (la Biblia).

Por ende, es menester suyo conocer las Sagradas Escrituras para que no se convierta en una inocente víctima de estos personajes. Para finalizar este apartado, no queda más que reproducir las palabras del apóstol Pedro, quien advirtió a las iglesias de su tiempo y nos advierte a nosotros ahora, diciendo: 'Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras y hasta negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.

Y muchos seguirán su libertinaje, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado.

Llevados por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya hace tiempo la condenación los amenaza y la perdición los espera' (2 Pedro 2:1-3).

Voluntad de Dios o voluntad del hombre

Cuando vemos o escuchamos a alguno de los predicadores de la prosperidad, apreciamos algo como esto: 'Aquí tengo en mis manos la petición de la señora X. Ella está pasando por una gran enfermedad; sin embargo, ha pactado con X cantidad de lempiras mensuales y por lo tanto desde este momento declaramos sanidad en la vida de esta señora'.

Este tipo de afirmaciones no tiene cabida en la teología bíblica. Aunque se tenga la mejor intención del mundo, el que decide si bendice, sana o restablece es Dios y nadie más. Él es soberano y cumple su perfecta voluntad en nosotros, aunque eso implique que no obtengamos lo que quisiéramos (debido a que él conoce qué es lo mejor para cada individuo).

Alguien puede 'declarar' bendición o sanidad para otra persona; sin embargo, si Dios no cree que es lo mejor darla, no la dará. Pablo, por ejemplo, le rogó a Dios tres veces que le quitara 'un aguijón en su carne', mas el Señor, sabiendo qué era lo mejor para él, no se lo quitó (2 Corintios 12:7-10).

Nadie, entonces, puede manipular el favor de Dios, nadie le puede ordenar a Dios y nadie tiene potestad sobre Su poder. Dios quiere el bienestar en cada una de las áreas de nuestra vida, incluida la prosperidad material, pero si ésta nos dañará, él no nos la dará.

El quid de la fe cristiana A estas alturas, ya casi todo se ha dicho ya. Pero, queda un punto por afirmar.

El tipo de cristianismo que promueve la teología de la prosperidad es un cristianismo excesivamente preocupado por el bienestar (especialmente prosperidad material) en el tiempo presente.

Eso no es malo en sí mismo. Dios quiere que disfrutemos la vida que nos da en todo sentido. Para algunos eso se dará con abundancia de bienes, para otros no.

Pero una cosa es clara: los bienes no son determinantes para la felicidad del ser humano. La única y verdadera felicidad se encuentra en Dios. De ahí que ser cristiano significa primeramente amar a Dios (sabiendo, por supuesto, que él nos ama a nosotros) y amar a nuestros semejantes. Así que, independientemente de su condición económica, usted puede acceder a la vida verdadera que sólo Dios da a través de la obra de Cristo.

Y lo único necesario para obtenerla es la fe en él y nada más. En conclusión, es posible que alguno haya pensado que el cristianismo es solamente 'pedidera' de dinero (sólo hay que ver ciertos canales de televisión para formarse esa idea), sin embargo, el cristianismo que propone la Biblia, como se mencionó, es claramente otro.

Para el cristiano lo principal es Dios y el prójimo y lo demás es secundario.

Ya lo dijo Jesús, lo primero es el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas (incluido lo material) serán añadidas por él, de acuerdo a su voluntad (Mateo 6:33). Para finalizar, es importante recordar una vez más que la veracidad o falsedad de un discurso teológico dependerá de su apego a la Palabra de Dios. En este sentido, si usted es cristiano, tiene la responsabilidad de conocer bien su Biblia, con el fin de tener el instrumental suficiente para discernir cuán veraz es el mensaje que escucha tanto dentro como fuera de su iglesia.

Ahora bien, si usted no es cristiano, lo animo a leerla. A través de ella puede llegar a conocer profundamente a Dios, así como la vida abundante que sólo él ofrece. A lo largo del presente escrito se ha hecho un análisis de los principales puntos de la teología de la prosperidad contrastándolos con el texto bíblico. La conclusión a la que hemos llegado es contundente: la teología de la prosperidad es falsa y errónea debido a que no se ajusta a los conceptos que emanan de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, no es mi intención imponerle este criterio. Usted es al fin de cuentas quien decidirá si cree o no en la teología de la prosperidad o a lo dicho en estas páginas. Sólo le pido que se asegure de que la opción que tome sea veraz, correcta y confiable. Dios le bendiga.

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