Puerto Cortés, Honduras
Un viaje preparado desde hace seis meses era el sueño de 34 cubanos, quienes con sus propias manos construyeron la embarcación que, según ellos, los trajo a la libertad.
Dar un mejor futuro a sus familias y ganar un sueldo para invertirlo en lo que quieran son algunos de los anhelos de los balseros que arribaron el pasado martes a las playas de Bajamar, en la barra de Chamelecón, Puerto Cortés.
“Cada uno de nosotros aportó como mínimo 15 mil pesos cubanos para construir la balsa y pagar los otros gastos. Para recolectar ese dinero, algunos trabajamos tres y cinco años porque la jornada de empleo se paga muy mal en nuestro país”, relató Yankiel Sandoval.
El cubano, quien ya en tierra hondureña aún no podría creer que estuviera con vida, pese a su cansancio contó su odisea a LA PRENSA.
“Poco a poco fuimos adquiriendo la madera, el hierro y las herramientas para construir la balsa dentro de una selva para no ser detectados por las autoridades militares de Cuba. Al pasar los meses, la embarcación iba tomando forma y cada vez nuestras esperanzas crecían”, relató el cubano.
“Fueron muchas horas de trabajo. Le tomamos amor a la balsa porque nos costó construirla. Nos reímos, pero también lloramos mucho porque sin importar las dificultades y los obstáculos teníamos que salir de Cuba”.
Todo estaba preparado para abandonar la isla el miércoles 24 de junio. Los 34 cubanos salieron de su tierra en la madrugada. Se prepararon con un poco de ropa y alimento para una semana.
A diario, cientos de cubanos abordan balsas con el fin de buscar un mejor futuro, pero más de la mitad de los que emigran son capturados por las autoridades del Gobierno y devueltos a sus lugares de origen. Otra parte muere en el intento y la minoría llega a otros países.
Los 33 cubanos hicieron su primera parada en la isla de Gran Caimán, donde consiguieron un poco de alimento y pescaron para sobrevivir en su travesía.
Según Yankiel, todo iba bien, pero en el quinto día de viaje el destino les falló porque el GPS y el motor de la balsa se arruinaron y quedaron a la deriva. La comida se había agotado y no tenían una ruta definida. “El hambre y la desesperación nos debilitaban. No sabíamos qué hacer.
Solo pensamos que moriríamos. Fueron los 14 peores días de nuestras vidas”, explicó Cergue Crespo, que salió de su comunidad en Manzanillo.
Muere un tripulante
En el noveno día de viaje, Roberto, de 32 años, quien dejó a su hija de nueve años en Cuba, no soportó más el hambre y la desesperación y se lanzó al mar, “algunos nos tiramos al agua para intentar rescatarlo, pero perdimos a nuestro amigo. No lo volveremos a ver y nos duele en el alma decirles a sus familiares lo que sucedió”, expresó Crespo.
Los balseros nunca olvidarán las tormentas eléctricas que pasaron. Las noches se hacían eternas. El agua lluvia se confundía con sus lágrimas porque no sabían si estarían vivos al día siguiente.
Niurka Rebiña Revilla, quien tiene cinco semanas de gestación, relató que a pesar de su estado de embarazo decidió salir de su país porque ya no soportaba la difícil situación económica.
“Mi esposo trabajaba como cantante y a duras penas le pagaban. Tenemos un hijo de ocho años y alimentarlo se nos complicaba. No queríamos que nuestro nuevo pequeño pasara la misma calamidad”, expresó la cubana.
Revilla contó con voz entrecortada y aún angustiada por el agotador viaje que nunca se imaginó la pesadilla que viviría. “Pensé que moriríamos todos. Lo que más me dolía era perder a mi bebé y no volver a ver a mi hijo que se quedó en Cuba”.
Añadió que fue una travesía terrible y aseguró que es y será lo peor que pueda pasarle en la vida. “Me tocó beber orines de mi esposo. No teníamos agua y tuve que hacerlo por la salud de mi nuevo hijo y mi propia vida. La baja de mi compatriota fue muy desagradable”.
La embarazada fue la primera que recibió ayuda médica en la comunidad de Bajamar. Los doctores del centro de salud la hidrataron y estabilizaron por el bienestar del bebé.
“Muchos de nosotros tenemos quemaduras en el cuerpo. Los fuertes rayos del sol nos dejarán marcas que no olvidaremos por el resto de nuestros días.
Agradezco a los hondureños porque son humanitarios. Me dieron vitaminas hasta por un mes para que cuando mi bebé nazca venga fuerte y sano”.
Los 33 cubanos, en su mayoría hombres, solo quieren obtener empleos dignos para resolver un poco las necesidades de sus familiares, que no han podido salir de su país.
La familia Revilla aseguró que quieren quedarse en Honduras y aunque saben que el país no es un paraíso por la inseguridad y la falta de empleo, manifestaron que cualquier lugar es mejor que Cuba.
La mayor parte de los cubanos que llegan a Honduras esperan recibir apoyo de las autoridades gubernamentales con oportunidades de empleo, pero los demás isleños solo pasan por el país porque su destino final es Estados Unidos.