Después de que una sombra entró a la alcoba donde dormía el transportista Pedro Bulnes Reyes y su compañera Natividad Lara, hecho ocurrido la madrugada del pasado lunes, se escucharon las cuatro detonaciones que pusieron fin a la vida del hombre quien fue sepultado el pasado jueves.
Los pobladores de Cuyamel, donde sucedió el hecho, se siguen preguntando quién o quiénes pudieron cometer el crimen contra una persona inofensiva que irradiaba simpatía por su nobleza.
Antes de que su cuerpo fuera depositado en el seno de una fosa de cemento, fue llevado a la vieja terminal de la vecina comunidad de Tegucigalpita para que simbólicamente se despidiera de su patrimonio. El cortejo lo formaba una caravana de buses llenos de gente, pertenecientes a la Cooperativa Interurbana de Transporte Limitada (Citral), de la cual Bulnes era socio.
Heredó las acciones de su padre antes de que este se fuera a residir a Estados Unidos.
Primero se fue la madre y luego el padre, a petición de otros de sus hijos nacionalizados en el país del norte.
Por ser el menor de los hermanos, siendo niño era el consentido de la casa. “El único al que le partían queque y le reventaban piñata. Era el juguete de la familia, por eso le decían Peluche”, dijo su hermana Noemí en el sepelio.
En una de las fotos se le ve con una de sus hijas y en otra con amigos.
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“Hubiera querido tenerlas a todas en un solo abrazo”, manifestó Noemí Bulnes, destacando el amor que derrochaba su hermano con las damas.
En efecto, doña Esperanza dijo que a pesar de que estaba separada con Pedro, este la llamaba por teléfono muy frecuentemente. Recordó los tiempos que pasaron juntos cuando casi todos los días le llevaba comida que compraba en Puerto Cortés y Omoa para que no se maltratara cocinando.
Cuando se quedaba a comer en la casa prefería que le hiciera frijoles con cebolla roja acompañados de arroz. Era su plato favorito, casi no le gustaba las carnes, comentó.
El domingo él había hecho una excursión a Tela en uno de sus buses por eso llegó a la casa casi a la medianoche.
En una pieza contigua estaba durmiendo una hija de siete años procreada con Natividad, otra de crianza y su suegra Marta López.
La suegra asegura que no escuchó disparos a la hora en que ocurrió el crimen. Se despertó porque llegó su hija gritando que habían matado a Pedro. Le dispararon directamente en la cabeza.
Una larga caravana de vehículos acompañó el féretro en un recorrido por la carretera.
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