“Estábamos en pánico, no sabíamos si iba a llegar alguien a matarnos”

LA PRENSA accedió al testimonio de una familia desplazada por la violencia en la última década. La mara saqueó su negocio y luego recibieron amenazas de extorsión.

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Pese a que los indicadores de homicidios han bajado en Honduras, es indiscutible que algunas zonas siguen bajo el dominio total de pandillas o grupos criminales, desplazando a los vecinos.

vie 1 de diciembre de 2023

9 min. de lectura

Lo que a continuación leerá en exclusiva es un relato contado por una hondureña que, junto con su familia, vivió el horror de ser atacada por una pandilla y, luego, volver a padecer el intento de extorsión desde la cárcel de El Pozo, en Ilama.

Ella es parte de los 247,000 casos de desplazamientos forzados documentados en los últimos 10 años por la Comisión Interinstitucional para la Protección de las Personas Desplazadas Internamente por la Violencia.

La mayoría de casos ocurren por amenazas directas, asesinatos de familiares y el entorno violento. En menor medida están la extorsión y las lesiones como motivo para huir.

El caso de este testimonio ilustra muy bien estas causas. Por su seguridad y la de su familia, omitimos su nombre y algunos detalles claves de los hechos:

“Todo empezó un sábado de febrero. Con mi esposo veníamos de realizar un trabajo a domicilio, cuando a él le cayó un mensaje por WhatsApp que decía: ‘Encontraste el papel de la mara’...”, relató.

“La primera reacción de mi esposo cuando leyó el mensaje fue eliminar de inmediato el chat. Bloqueó el número y lo reportó, pero a los minutos empezaron a caerle llamadas de varios números, las cuales él no contestó”, contó.

Desde ese momento, el miedo se apoderó de nosotros y tras llegar a la casa empezamos a buscar el dichoso papel en todos los alrededores, en la grama... y no lo encontramos. Pasó esa semana y todo parecía estar normal, pero a la siguiente, justo un viernes en la mañana, recibimos una llamada que nos decía que eran representantes de una conocida ruta de buses de San Pedro Sula para ver si les podíamos brindar uno de los servicios que nosotros prestamos.

Les dijimos que el material que nos pedían no lo manejábamos, pero ellos insistieron en llegar a nuestras oficinas, donde también tenemos nuestro hogar, para ver el material del que disponíamos. Fue tanta la insistencia que accedimos a recibirlos. Les dimos hora para recibirlos y nunca llegaron. Luego con mi esposo tuvimos que salir a hacer mandados.

Cuando volvimos a la casa, hacía 20 minutos habían llegado seis tipos (hombres).

Cuando el empleado acordó, a él y a los demás trabajadores los tiraron al piso, empezaron a registrarlos, les quitaron todas sus pertenencias y luego buscaron el DVR de las cámaras para destruirlo. Luego de eso saquearon todo. Nos llevaron las computadoras portátiles, televisores, discos duros, herramientas. Revolvieron buscando cosas de valor en cada rincón.

En eso encontraron a la empleada doméstica y la desnudaron, pero gracias Dios no la violaron, aunque sí la tocaron.

A mi niño menor, de solo ocho años, lo golpearon con la cacha de la pistola y en todo el cuerpo. Lo dejaron envuelto en una sábana.

Caos y miedo

Entrar a la casa nos nubló la mente. Fue un momento de desesperación, mi mente se puso en blanco al ver que la dejaron como ‘salón de baile’. Nos llevaron casi todo. Lo único con lo que no pudieron fue una máquina industrial, por ser grande. Intentaron llevarse mi carro, pero tampoco pudieron. Antes de irse les dijeron a los empleados que el Barrio 18 controlaba. Justo ese día, mi madre murió. Todo el mundo se me vino abajo y todo se nos complicó.

Tras el entierro no sabíamos qué hacer, a dónde ir. A nuestros hijos los enviamos con parientes cercanos y tuvimos que andar de hotel en hotel, pues no nos atrevíamos a volver a nuestro hogar. Cuando salíamos para hacer algún mandado o gestión, íbamos viendo para todos lados, estábamos en pánico, desconfiando de todo el mundo. No sabíamos si iba a llegar alguien a matarnos, pues sabían todo de nosotros.

Así, prácticamente anduvimos huyendo todos los días, cambiábamos de hotel. Tras esos primeros días terribles, lo analizamos bien en familia y decidimos planear irnos del país, o pedir asilo, bien fuera a Canadá o Estados Unidos. Fuimos a la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) para que nos apoyaran con el trámite de la denuncia y nos dijeron: “Ustedes lo que sufrieron fue un asalto común, un asalto normal y, por las descripciones que me dan, se trata de un grupo que anda asaltando casas en varias colonias”.

Optamos por ir mejor al Ministerio Público, pero ahí nos dijeron que como ya habían pasado más de 24 horas, lo más que nos podían hacer era tomarnos una declaración normal y que no iban a movilizar nada, pues ya habían pasado 24 horas.

Un pariente nos prestó una casa que tenía para venta y luego logramos alquilar una casa en un barrio más seguro. Retomamos poco a poco nuestra vida, compramos una a una, cada herramienta de trabajo que nos robaron, subcontratamos los servicios que no podíamos ofrecer y nos volvimos a levantar, pero empezamos totalmente de cero.

Cuando creíamos que todo volvería a la normalidad, pues cambiamos de números, el nombre de negocio, y hasta diversificamos nuestros servicios, nos volvieron a escribir. Esta vez fue a mi número. De entrada se identificaron como la M1 y nos exigían dinero. Decían que nos tenían localizados y que sabían dónde funcionaba nuestro negocio, a qué nos dedicamos y quiénes eran nuestros clientes fuertes.

" Prácticamente anduvimos huyendo todos los días, cambiábamos de hotel... planeamos irnos del país. "

Otra vez volvió el miedo, pasamos noches sin dormir, si salíamos era viendo para todos lados, y optamos por movilizarnos en Uber y dejar aparcados nuestros carros. Fue así como un amigo nos recomendó ir a la Dipampco, nos enlazó con un oficial y él nos atendió muy amablemente.

Inmediatamente, él solicitó que rastrearan el número del que me estaban escribiendo y en el rastreo salió que esa persona estaba en el presidio de Ilama, y que, por lo tanto, él me recomendaba que de momento yo bloqueara ese número y todos que me cayeran de la M1, y que si ellos insistían por más de tres intentos la Dipamco intervendría. Gracias a Dios, las llamadas no sucedieron más y, aunque ya pasaron casi tres años de toda esa pesadilla que vivimos, seguimos sintiendo el mismo temor.

Por seguridad ya no contestamos llamadas por WhatsApp y no atendemos a nadie en oficina, por el mismo temor de que nos pueda volver a pasar. Pasamos 15 días casi sin dormir, sin ver a nuestros hijos, huyendo. El temor se apoderó de nosotros. Ahora gracias a Dios estamos en una zona de circuito cerrado y nos sentimos tranquilos donde estamos, pero siempre nos movemos a la defensiva y con más seguridad”.