19/05/2024
09:27 AM

Humo en la cabeza

Roger Martínez

En estos días en los que, a pocas cuadras perdemos la visibilidad debido a la espesa capa de bruma que cubre Tegucigalpa, se me ha ocurrido con frecuencia pensar en esa imagen popular que hace referencia a la posibilidad de tener la “cabeza llena de humo”. Cuando en el imaginario del pueblo se habla de tener humo en la cabeza se quiere decir que hemos perdido la capacidad de ver con objetividad a nosotros mismos, a las personas que nos rodean y las circunstancias en las que nos movemos. También se ha acuñado la frase: “Se le han subido los humos”, para significar que alguien ha perdido contacto con la realidad y anda flotando en una nube gris, que esa persona considera permanente.

Cuando alguien tiene “humo en la cabeza” es que posiblemente ha vivido un momento de gloria, ha tenido un triunfo profesional o un golpe de suerte, y ha concluido que todo se debe a sus excelsos méritos, que ya era tiempo que se reconociera su valía o que la vida lo ha ubicado un escalón por encima de los demás. Claro está, porque el humo es, gracias a Dios, pasajero y no suele durar mucho, que luego se impone la realidad, el humo se disipa y la dura realidad se impone. Entonces, con el humo fuera de la cabeza, aquel o aquella que se consideraban flotando ingrávidos eternamente, palpan de nuevo la tosca realidad y reconocen, no sin dolor y frustración, que en este mundo no somos más que “arrieros que por el camino vamos”, como reza otra sabia sentencia popular, y que, todo lo que sube, obligatoriamente baja.

De ahí que desde hace más de dos milenios los axiólogos, los filósofos que estudian el universo de los valores, no se cansen de repetir que la humildad, el reconocimiento desapasionado de nuestras virtudes y de nuestros defectos, es fundamental para aspirar a la felicidad. Es muy peligroso para la paz personal y para la gente con la que alternamos en la casa, en la oficina o en cualquier sitio de encuentro humano, que queramos permanecer despegados del suelo y que esperemos ser siempre inaprehensibles.

Es muy difícil convivir con nosotros si tenemos la cabeza llena de humo, y padecemos mucho cuando el éxito humano se difumina, como sucede con todos, y corremos el riesgo de aterrizar mal, y peor aún si toca aterrizaje forzoso. Porque la vida es muy incierta y pocas son las cosas y las situaciones permanentes. De ahí que resulte siempre saludable sacudirnos la cabeza con frecuencia para sacar de ella todo el humo posible y así retomar contacto con el suelo.