Winfried Hempel quedó paralizado frente al hospital, con la mirada clavada en las puertas que se abrían y cerraban automáticamente. Era 1997 y por fin conocía el mundo exterior. Los 20 primeros años de su vida estuvo encerrado en Colonia Dignidad, una tenebrosa secta –creada y controlada por un enfermero del ejército nazi– que existió entre 1961 y el 2005 en la comuna de Parral, región del Maule, en el sur de Chile.
Winfried creció sin sus padres, intentando domesticar la tristeza y el miedo para sobrevivir a brutales palizas y castigos. Su universo terminaba en un cerco eléctrico de dos metros de alto que rodeaba las 16.000 hectáreas del lugar. Este hombre, abogado de 39 años, fue uno de los 300 alemanes recluidos en lo que las autoridades chilenas llamaron un ‘Estado dentro de otro Estado’. “Colonia Dignidad fue la encarnación del mal, la secta más perversa de la historia”, dice.
Tras nacer, una institutriz quedó a su cargo. A los 8 años empezó a trabajar 16 horas al día, sin descanso. “Me escondía en hoyos o cajones vacíos –relata–. No sabía por qué. Hoy entiendo que en esos sitios me sentía arropado. Crecí en una soledad espantosa”.
Los testimonios de las víctimas como él describen un mundo de terror dominado por Paul Schäfer, un psicópata que durante más de cuatro décadas sometió a niños, jóvenes y adultos a castigos y manipulación mental.
Un régimen de terror
Schäfer fue enfermero del ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Era casi analfabeto, de contextura pequeña y tenía varias discapacidades físicas –le faltaban un pulmón, un ojo y varios metros de intestino–. En medio de una Alemania aún desorientada, reclutó a fieles baptistas y emigró con ellos a Chile con la promesa de llevarlos a una suerte de ‘tierra prometida’.
Tenía un inconmensurable poder de convicción, el mismo que usó para formar un grupo de devotos seguidores, entre ellos niños a quienes abusaba sexualmente. Pero cuando la fiscalía empezó a investigarlo, huyó a Suramérica con la mayoría de sus adeptos, entre ellos unos 90 pequeños. Schäfer les dijo a todos que sería una estancia temporal, pero durante cerca de cinco décadas sembró un régimen de terror que incluyó trabajos forzados, pedofilia, torturas, secuestros, esterilizaciones y electrochoques.
Además, Colonia Dignidad se transformó en ficha clave de la dictadura comandada por Augusto Pinochet.
Muchos sobrevivientes claman justicia y luchan contra el silencio, la impunidad, el olvido. Es el caso de Horst Schaffrick, nacido en Alemania en 1959 y quien tenía 3 años cuando sus padres se unieron al ‘paraíso cristiano’ para rehacer sus vidas.
En 1962 su padre, Helmut, tomó un barco con su esposa Emi, sus siete hijos –entre ellos Horst– y 300 compatriotas, dejando atrás una Alemania en ruinas. Para financiar la comunidad, los Schaffrick, como otras familias, habían vendido su casa en un pequeño pueblo del norte alemán. Reunieron 30.000 marcos que entregaron a Schäfer, su guía espiritual. “Los engañaron. Creían que iban a construir un sitio para hacer el bien y vivir como cristianos, pero encontraron esclavitud, sufrimiento”, explica Horst.
Ya instalados en una aislada finca entre ríos y montañas, Schäfer –ayudado por un círculo de fieles seguidores– confiscó los documentos de los colonos e impuso un “férreo régimen totalitario”, señala Hempel.
Como los demás, Helmut y Emi fueron separados de sus hijos. Los contactos, prohibidos, eran duramente castigados. “La familia es algo carnal, una cochinada, lo que importa es la comunidad”, predicaba Schäfer.
Sin embargo, Helmut, a quien la guerra postró en una silla de ruedas, llamaba a sus hijos cuando los veía de lejos, pero Schäfer inhibió su desesperación con sedantes y electroshoks. Acabó sometido por extenuantes jornadas laborales de 16 horas diarias.
Schäfer erigió una microsociedad regida por un poder absoluto y vengativo. Cercos con sensores de movimiento, trampas y cámaras protegían su reino del “maléfico mundo exterior”, del que estaba prohibido hablar. Para quienes estuvieron allí, la esclavitud era su única realidad. Afuera, Colonia Dignidad era una “modélica finca autárquica (autosuficiente)”, que gozaba de la simpatía de la ultraderecha chilena.
Un falso profeta abusador
En la antigua casa de Schäfer, Horst recuerda con horror las noches en las que el exenfermero nazi, quien se proclamaba ‘profeta de Dios’, abusaba de los niños. “Cada noche escogía a un ayudante que tenía que dormir con él y abusaba de nosotros. Yo pensaba que era normal. No tenía padres a quienes preguntar, ni libros ni televisión o radio que me pudieran ilustrar”, cuenta.
Todo era prohibido: mirar a alguien del otro sexo, preguntar o desfallecer de cansancio. La vida era puro castigo, y los colonos eran víctimas y verdugos a la vez. Tenían que denunciar cualquier transgresión de las normas, y ellos mismos linchaban a los infractores. Por las noches, después del sermón, Schäfer colocaba al infractor en medio de un semicírculo. Enardecido, lo interrogaba y animaba a los demás a que lo insultaran y golpearan. “¡Denle fuerte a ese cerdo! ¡Péguenle hasta que no pueda más”, gritaba. “Una vez me pegaron muchísimo. Estaba en el suelo, sangrando. Perdí la consciencia. Cuando desperté tenía la mandíbula fracturada. Por un mes tuve que alimentarme con pitillo”, recuerda Horst.
En más de 40 años, solo cinco lograron escapar. Otros, como Jürgen Szurgelies, fueron detenidos tras saltar el cerco. Frente a esa misma alambrada que aún rodea el recinto, Jürgen relata cómo lo atraparon los pastores alemanes. Ese día empezó una infernal dieta de sedantes y electroshocks. “Me daban 20 pastillas diarias. No me podía sostener. Era una momia. Hoy sigo sin poder leer o concentrarme”, confiesa.
Años después, la justicia chilena empezó a investigar a Schäfer por múltiples violaciones a los derechos humanos y tuvo que fugarse en 1997. Un “consejo de ancianos” mantuvo el régimen hasta el 2005, cuando el líder fue detenido en Argentina y encarcelado en Chile, donde murió un lustro después, a los 88 años.
Cuando el mundo exterior penetró por fin en la comunidad, los colonos quedaron aturdidos, perdidos. Algunos tenían 50 años y nunca habían escuchado hablar de sexo, televisión o dinero. Muchos regresaron a Alemania, otros decidieron quedarse.
Once años después del fin de la secta, los fantasmas de la esclavitud y las torturas siguen rondando las víctimas. Colonia Dignidad ya no existe –hoy el territorio se llama Villa Baviera–, pero la sombra de Schäfer sigue atormentando la vida de los colonos. Pocos han podido rehacerla. Muchos aún se sienten “encerrados”, como zombis.
Ficha clave de la dictadura
Durante el gobierno de la Unidad Popular de Chile (1970-1973), los habitantes de Colonia Dignidad cavaron trincheras y alzaron un cerco eléctrico para protegerse de una “invasión marxista”, sin imaginar que levantaban los muros de su propia cárcel. Tras el golpe militar de 1973, Paul Schäfer, líder de la secta, ofreció sus instalaciones a la policía secreta de Augusto Pinochet. Los sótanos se convirtieron en centros de interrogatorios y torturas (a unas 350 personas) dirigidos por Schäfer. Más de cien fueron asesinados y muchos enterrados en el lugar.
Luis Peebles padeció el régimen. Fue llevado allí en 1975. Antes del golpe militar contra Salvador Allende, estudiaba medicina y era uno de los líderes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Un año atrás había sido capturado. Fue torturado durante siete días. “Me encerraron en una sala parecida a un laboratorio de electrofísica. Me desnudaron y ataron a un catre metálico –dice–. Me pusieron terminales eléctricos desde los pies a los oídos, pasando por el pene, el ano y el tórax”. El médico psiquiatra recuerda cómo Schäfer dirigía las torturas cuando los militares no eran suficientemente crueles.
Schäfer tuvo una estrecha relación con Manuel Contreras, jefe de la policía secreta, y otros miembros del régimen. En Colonia Dignidad crearon un centro de inteligencia, entrenamiento, tortura y exterminio: se estima que la mitad de las víctimas que entraron no salieron vivas. De hecho, dirigentes, como Rudolph Cöllen, confesaron años después a la justicia haber quemado cadáveres y lanzado las cenizas a un río cercano. Documentos detallan también cómo exmiembros del partido nazi impartieron cursos de torturas, explosivos e inteligencia a la Dirección Nacional de Inteligencia (Dina). Otros testimonios señalan que el lugar fue refugio de líderes nazis, como Walter Rauff, inventor de la cámara de gas móvil, o el exoficial Gerhard Mertins, quien en los 60 se convirtió en uno de los mayores traficantes de armas del mundo. La colonia operó como base de contrabando y producción de armas y aparatos de vigilancia para la dictadura chilena. Cuando la policía desmanteló la secta en el 2005, halló municiones, granadas, lanzacohetes y armas químicas, como gas sarín. Otro de los elementos que da cuenta de los fuertes lazos entre la Colonia y la Dina fue el hallazgo de 45.000 fichas de información sobre ciudadanos chilenos. Se trata del mayor archivo sobre la represión encontrado en el país austral.