La victoria del Brexit en el referéndum del Reino Unido sobre la Unión Europea culmina décadas de desconfianza e incluso hostilidad.
Las relaciones de los distintos gobiernos británicos con el proyecto que surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial están ligadas a la historia de la isla y su sentido de independencia.
Algunos británicos recuerdan con orgullo que la última vez que fueron invadidos fue en 1066.
La resistencia a los nazis durante la guerra también marcó la identidad del país, particularmente la de los votantes más ancianos.
A menudo los políticos británicos han protagonizado una política de doble rasero con la UE, lo que no ha ayudado a facilitar la relación.
'Una cara es hostil, escéptica y muy británica, que ha ayudado a alimentar el euroescepticismo en Reino Unido', explica Tim Oliver de la London School of Economics.
'La otra cara, la que han visto en Bruselas, es constructiva, comprometida, y ha configurado la UE de muchas maneras'.
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Siguiendo su tradición imperial, el Reino Unido prefirió quedarse al margen de la construcción europea tras la Segunda Guerra Mundial. Sus líderes pensaban que las posesiones de ultramar eran más importantes.
Pero ante la desaparición de su imperio y la prosperidad del comercio en el continente, Londres acabó por pedir el ingreso en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1961, cuatro años después de su creación.
El presidente francés Charles de Gaulle vetó en dos ocasiones esa adhesión, pero el Reino Unido acabó por ingresar en 1973.
La líder conservadora Margaret Thatcher era una fan declarada de la CEE, un bloque comercial sin aranceles.
Pero cuando llegó al cargo de primera ministra en 1979 fue conocida y hasta detestada por su insistencia en que le devolvieran parte de la contribución al bloque, algo que consiguió en 1984.
También se opuso enérgicamente a la creciente integración política, ya que temía la creación de un 'superestado europeo'.
Su famoso '¡No! ¡No! ¡No!' durante un discurso ante la Cámara de los Comunes fue el preludio de su caída en 1990.
También demostró las claras fracturas dentro del Partido Conservador sobre la Unión Europea. Esas divisiones se llevaron también por delante al gobierno del primer ministro John Major (1990-1997).
En 1992, la crisis monetaria sacó a la libra esterlina del mecanismo de cambio europeo, que vinculaba a varias monedas europeas con el marco alemán.
Una rebelión conservadora entre 1992 y 1003 a punto estuvo de acabar con el gobierno de Major, a causa del tratado de Masstricht, que convirtió a la CEE en la Unión Europea.
Cunetan las papeletas en el centro de recuento de Glasgow en el Emirates Arena, Glasgow, Escocia.
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En 1997, el nuevo primer ministro laborista, Tony Blair, llegó al poder con la idea de que su país se uniera al euro, pero la oposición interna fue tremenda. El recuerdo del fracaso del sistema de cambio europeo estaba demasiado presente.
A partir de esa decisión, la política con el bloque, que arrancó con fuerza la aventura de una moneda única, empezó a complicarse considerablemente.
El Reino Unido optó además por quedar fuera de la zona de libre circulación Schengen.
Ante la oposición interna, el primer ministro conservador David Cameron prometió un referéndum en 2013, para resolver de una vez por todas los problemas.
Cameron hizo campaña por la permanencia en la UE, diciendo que era un matrimonio de conveniencia. Pero sus conciudadanos han preferido el divorcio, sea cual sea el precio.