Ciudad de Guatemala.
Nadie presagió un final tan triste para este general retirado que ganó la Presidencia con la promesa de “mano dura” contra la delincuencia.
Su mandato tenía que ser recordado por la lucha contra la inseguridad pero tampoco cumplió. En cuatro años, las cifras de homicidios apenas se redujeron un 2%.
Católico, con una maestría en política y relaciones internacionales y una carrera militar de más de 30 años, Pérez Molina destacó combatiendo contra los insurgentes que permanecieron en guerra con el Estado entre 1960 y 1996, pero también fue uno de los propiciadores de la paz.
En representación del Ejército, Pérez Molina negoció y firmó los acuerdos con la antigua guerrilla izquierdista el 29 de diciembre de 1996, poniendo fin a un conflicto armado que dejó 200,000 muertos y 50,000 desaparecidos, según cifras oficiales.
En 1971 contrajo nupcias con la maestra Rosa María Leal, con quien tuvo dos hijos: Otto, actual alcalde del municipio capitalino de Mixco, y Lisseth, cuya pareja sentimental, Gustavo Martínez, está en prisión acusado de otro escándalo de corrupción que salpicó al mandatario.
Primeras sombras
Pérez Molina también fue jefe del desaparecido Estado Mayor Presidencial durante el gobierno de Ramiro de León Carpio (1993-1996), así como jefe de la temida Dirección de Inteligencia Militar.
Ambas unidades fueron acusadas de cientos de asesinatos y desapariciones durante los 36 años de la guerra.
Aunque estuvo en una de las regiones más conflictivas del país, el área Ixil, en el noroeste de Guatemala, su participación en crímenes de guerra no fue probada ante los tribunales, pese a las constantes denuncias de opositores y activistas.
En 1982, como oficial del Ejército, fue clave para el relevo del general golpista José Efraín Ríos Montt, quien afronta actualmente un juicio por genocidio tras la muerte ese año de 1,771 indígenas ixiles.
También se le atribuye especial protagonismo en el rescate de la democracia en 1993 tras el fallido autogolpe de Estado promovido por el presidente Jorge Serrano Elías, conocido como el “serranazo”.
En esos días turbulentos, una joven ambiciosa llamada Roxana Baldetti destacó como censora de la prensa desde su cargo de Subsecretaria de Relaciones Públicas para la Presidencia. Años después, Pérez y Baldetti se reencontraron y forjaron una estrecha alianza que les llevó a ganar unas elecciones, en 2011, el cénit de un proyecto común que, finalmente, les ha llevado a la perdición.
Nadie presagió un final tan triste para este general retirado que ganó la Presidencia con la promesa de “mano dura” contra la delincuencia.
Su mandato tenía que ser recordado por la lucha contra la inseguridad pero tampoco cumplió. En cuatro años, las cifras de homicidios apenas se redujeron un 2%.
Católico, con una maestría en política y relaciones internacionales y una carrera militar de más de 30 años, Pérez Molina destacó combatiendo contra los insurgentes que permanecieron en guerra con el Estado entre 1960 y 1996, pero también fue uno de los propiciadores de la paz.
En representación del Ejército, Pérez Molina negoció y firmó los acuerdos con la antigua guerrilla izquierdista el 29 de diciembre de 1996, poniendo fin a un conflicto armado que dejó 200,000 muertos y 50,000 desaparecidos, según cifras oficiales.
En 1971 contrajo nupcias con la maestra Rosa María Leal, con quien tuvo dos hijos: Otto, actual alcalde del municipio capitalino de Mixco, y Lisseth, cuya pareja sentimental, Gustavo Martínez, está en prisión acusado de otro escándalo de corrupción que salpicó al mandatario.
Primeras sombras
Pérez Molina también fue jefe del desaparecido Estado Mayor Presidencial durante el gobierno de Ramiro de León Carpio (1993-1996), así como jefe de la temida Dirección de Inteligencia Militar.
Ambas unidades fueron acusadas de cientos de asesinatos y desapariciones durante los 36 años de la guerra.
Aunque estuvo en una de las regiones más conflictivas del país, el área Ixil, en el noroeste de Guatemala, su participación en crímenes de guerra no fue probada ante los tribunales, pese a las constantes denuncias de opositores y activistas.
En 1982, como oficial del Ejército, fue clave para el relevo del general golpista José Efraín Ríos Montt, quien afronta actualmente un juicio por genocidio tras la muerte ese año de 1,771 indígenas ixiles.
También se le atribuye especial protagonismo en el rescate de la democracia en 1993 tras el fallido autogolpe de Estado promovido por el presidente Jorge Serrano Elías, conocido como el “serranazo”.
En esos días turbulentos, una joven ambiciosa llamada Roxana Baldetti destacó como censora de la prensa desde su cargo de Subsecretaria de Relaciones Públicas para la Presidencia. Años después, Pérez y Baldetti se reencontraron y forjaron una estrecha alianza que les llevó a ganar unas elecciones, en 2011, el cénit de un proyecto común que, finalmente, les ha llevado a la perdición.