Hoy se cumplen dos años desde que el nuevo papa llegado 'desde el fin del mundo' se asomase al balcón de la basílica de San Pedro y comenzase su labor para hacer una Iglesia católica más cercana y universal, lejos del riguroso protocolo y el excesivo centralismo romano.
Dos años son pocos para cambiar una institución de dos siglos de vida, pero con determinación y pequeños gestos se van viendo los cambios que quiere aportar Francisco, aunque no tan rápidamente como se esperaba.
La primera gran novedad de este pontificado es que el futuro Gobierno de la Iglesia católica no está en manos solamente del papa, ni tampoco del poder romano, pues desde hace más de un año un grupo de nueve cardenales llegados de los 5 continentes discuten sobre la reforma de la Curia romana, para que sea más ágil y menos burocrática.
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En el único documento que el papa ha escrito en estos dos años, la exhortación apostólica 'Evangelii Gaudium' (La alegría del Evangelio) Francisco observaba que el Concilio Vaticano II ya afirmaba que las iglesias patriarcales y las conferencias episcopales pueden 'dar una múltiple y fecunda contribución para que el sentido de colegialidad se realice concretamente'.
Lo que ha cambiado y radicalmente en estos dos años ha sido la figura del papa, mucho más cercano y accesible que sus predecesores como asegura el cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez Madariaga, que en una reciente entrevista explicó cómo antes para hablar con el pontífice había que tramitar todo a través de la Casa Pontifica.
'Ahora es él quien se acerca a nosotros. Una misa en Santa Marta, un saludo en un pasillo o en el ascensor, un encuentro antes de entrar al Sínodo. Esa actitud fraterna y de amistad es algo que todos nosotros valoramos enormemente', explicó Rodríguez Madariaga.
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Tampoco han cambiado sus costumbres, come y cena con el resto de sacerdotes en el autoservicio de San Marta y ha eliminado algunos pequeños detalles del protocolo como ser ayudado para vestirse o tener que ser acompañado por la seguridad cada vez que se mueve en Santa Marta o coge el ascensor.
Lo único que no parece haber cambiado en estos dos años es él: el jesuita argentino Jorge Bergoglio.