Cuando mataron al arzobispo Oscar Arnulfo Romero en plena misa el 24 de marzo de 1980, María Luisa sintió el pecho atravesado por un doble dolor: moría su guía y defensor de los salvadoreños oprimidos y el dedo acusador apuntaba a su hermano Roberto D'Abuisson.
Aunque 'Marisa', como la conocen, usa el Martínez de su esposo, Edín, carga el estigma del D'Abuisson. Una comisión de la ONU señaló en 1993 al mayor del ejército, fallecido de cáncer en 1992, como autor intelectual del magnicidio que conmocionó al mundo y encendió la guerra en El Salvador (1980-1992).
Marisa, de 66 años -cinco menos que Roberto y última de cuatro hermanos de una familia acomodada-, reivindica en la Fundación Romero, junto a su esposo, la memoria del venerado arzobispo, cuya beatificación aprobó el papa Francisco, al reconocerlo el martes como 'mártir' de la Iglesia.
En su casa en San Salvador, sencilla como la vida que escogió, habla entre retratos de quien fue llamado 'la voz de los sin voz' por denunciar la injusticia social y la represión militar.
Desde niña. Las religiosas del colegio me acercaron a la realidad del país. Me impactó la pobreza y sus causas. Monseñor puso el dedo en la llaga sobre las condiciones de marginalidad y represión. Fue valiente y coherente.
Trabajando en barrios populares supe de la desaparición de jóvenes y angustias de la población, y descubrí que mi hermano estaba en la Guardia represora. Un día lo enfrenté diciéndole que estaban horrorizando al pueblo, me respondió que los militares eran los grandes defensores contra el comunismo.
Sí. Me daba pánico que desaparecieran a Edín o me detuvieran. Luego pensé que no sería capaz de dañarme. De niños era el hermano con quien me llevaba mejor, nos queríamos muchísimo. Una vez le avisaron que estaba detenida una Marisa en San Miguel (este), ordenó a la Guardia que no le hicieran nada y salió en helicóptero, pensando que era yo. Fue una señal de que si me capturaban no iba a ordenar que me torturaran.
Sentimientos encontrados, un día le dije: como hermano te quiero muchísimo, como militar te detesto, te aborrezco. Fue en 1979, la represión era brutal. Cuando enfermó de cáncer lo visité y le pedí que entendiera que estuvo equivocado; que no milité en la guerrilla, aunque colaboraba; que mi compromiso era social; que lo quería y respondió que él también, muchísimo.
Un doble dolor: su muerte, que aún me afecta profundamente, y escuchar que fue obra de D'Abuisson. Quería esconderme, que no me señalaran. Una vez en 1986 en un pueblo un joven se acercó y me dijo que mi hermano destruyó su vida, mató a su papá, desapareció a su hermano mayor y a su madre. Pero me dio un abrazo que liberó su rabia. Me impactó.
No hablaba de eso. Una día en una reunión familiar mi hermana le contó que oyó a alguien señalarlo de haberlo mandado a matar. Él nos dio la espalda a Edín y a mí y dijo: verán que a quien mató a ese..., dijo una grosería, le van a hacer un monumento en este país.
Cuando agonizaba en el hospital, le tomé la mano y le dije: Roberto, deja que tu espíritu salga. Pídele perdón a Monseñor. Ya no hablaba, estaba muy débil. Me tomó del cuello, me acercó, me soltó y lloró. No sé si de rabia o arrepentimiento. Al día siguiente murió.