El papa Francisco pidió hoy perdón por sus errores y por los de sus colaboradores, así como por algunos escándalos en el seno de la Iglesia, durante la audiencia a los trabajadores de la Ciudad del Vaticano para felicitarles la Navidad.
'No quiero concluir este encuentro sin pediros perdón por mis errores y los de mis colaboradores y también por algunos escándalos que han hecho tanto daño. ¡Perdonadme!', dijo el papa al concluir su audiencia a los empleados y sus familias en el aula Pablo VI del Vaticano.
En su alocución, Francisco agradeció el trabajo de todos los que trabajan en el Vaticano y recordó' 'la necesidad de ser armónicos y capaces de trabajar juntos'.
También recomendó a los trabajadores que eviten los chismes y habladurías.
'Cuando se corre el riesgo de perder el trabajo y en otras situaciones difíciles puede suceder que se hable mal de los demás. Yo lo entiendo, pero no está bien. Es mejor evitarlo', aconsejó.
A todos ellos recordó algunos de los pasajes que había leído en el mensaje a los miembros de la Curia romana que se celebró con anterioridad y en el que enumeró las 15 'enfermedades' que acechan a la Iglesia y a la Curia romana.
Sentirse
imortal
La primera enfermedad que Francisco mencionó es la de 'sentirse inmortal e insustituible', sin defectos, privado de autocrítica. 'Una Curia que no hace autocrítica y no se actualiza y no intenta mejorar es un cuerpo enfermo', dijo. Una Curia que no se autocritica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse, es un cuerpo enfermo.
¡Una visita a un cementerio nos podría ayudar a ver los nombres de tantas personas, de las que en algunos casos quizá pensábamos que eran inmortales, inmunes e indispensables! Es la enfermedad del rico inconsciente del Evangelio, que pensaba vivir para la eternidad (Cf. Lucas 12, 13-21) y de quienes se convierten en dueños y superiores a todos, en vez de ponerse al servicio de los demás. Esta enfermedad deriva con frecuencia de la patología del poder, del “complejo de los elegidos”, del narcisismo que mira con pasión la propia imagen y no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los demás, especialmente de los más débiles y necesitados (Cf. “Evangelii Gaudium”, 197-201). El antídoto a esta epidemia es la gracia de sentirnos pecadores y de decir con todo el corazón: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lucas 17, 10).
exceso
de actividad
La segunda enfermedad que citó fue el 'exceso de actividad', de trabajo y los invitó a respetar las vacaciones y a dedicar momentos de descanso con la familia, algo que él personalmente no respeta. Es decir, quienes se sumergen en el trabajo, descuidando inevitablemente “la mejor parte”: sentarse a los pies de Jesús (cf. Lucas 10, 38-42). Por este motivo Jesús propuso a los discípulos “descansar algo” (cf. Marcos 6, 31), pues descuidar el necesario descanso lleva al estrés y a la agitación interior. El tiempo de descanso de quien ha cumplido con su misión es necesario, un deber y debe ser vivido seriamente: al transcurrir algo de tiempo con los familiares y al respetar las vacaciones como momentos de regeneración espiritual y física; es necesario aprender lo que enseña el Qohélet, que “hay un tiempo para cada cosa” (3, 1-15).
petrificación mental
y espiritual
La tercera enfermedad que acecha a los miembros de la Iglesia es la 'petrificación mental y espiritual', le siguen el 'exceso de planificación y funcionalismo', la 'mala coordinación' y lo que llamó el 'Alzheimer espiritual', que lleva a olvidar el fervor inicial. Es decir, de quienes tienen un corazón de piedra y son “duros de cerviz” (Hechos de los Apóstoles 7, 51-60); de quienes, con el tiempo, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo documentos de papel, convirtiéndose en en “máquinas de burocracia” y no en “hombres de Dios” (cfr. Hebreos 3, 12). ¡Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria que nos permite llorar con quienes lloran y alegrarnos con quienes se alegran! Es la enfermedad de quienes pierden “los sentimientos de Jesús' (Cf. Filipenses 2, 5-11), pues su corazón, con el paso del tiempo, se endurece y se hace incapaz de amar incondicionalmente al Padre y al prójimo (cf. Mateo 22, 34-40). Ser cristiano significa “tener los mismos sentimientos de Jesucristo, sentimientos de humildad y de entrega, de desapego y generosidad”.
planificación excesiva
y del funcionalismo:
Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree que con una perfecta planificación todo avanza se convierte en un contable o asesor fiscal. Prepararlo todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar y pilotar la libertad del Espíritu Santo, que siempre es más grande, más generosa que toda planificación humana (cf. Juan 3,8). Se ca en esta enfermedad porque “siempre es más fácil y cómodo sentarse en las propias posiciones estáticas e inmutables. En realidad, la Iglesia es fiel al Espíritu Santo en la medida en que no busca regularlo ni amaestrarlo… Amaestrar al Espíritu Santo… Él es frescura, fantasía, novedad” (Benedicto XVI, audiencia general del 1 de junio de 2005).
mala
coordinación
Cuando los miembros pierden la comunión entre ellos mismos y el cuerpo pierde su funcionalidad armoniosa y su temperanza, convirtiéndose en una orquesta que hace ruido, pues sus miembros no colaboran, no viven el espíritu de comunión y de equipo. Cuando el pie le dice al brazo: “no te necesito”, o la mano a la cabeza: “aquí mando yo”, causando de este modo malestar y escándalo.
Alzheimer
Espiritual
Es decir, la del olvido de “la historia de la Salvación”, de la historia personal con el Señor, del “primer amor” (Apocalipsis 2, 4). Se trata de una pérdida progresiva de las facultades espirituales, que en un periodo de tiempo más o menos largo provoca graves discapacidades en la personas, haciendo que sea incapaz de hacer nada autónomamente, viviendo en un estado de absoluta dependencia de sus visiones, con frecuencia imaginarias. Lo vemos en aquellos que han perdido la memoria del su encuentro con el Señor; en quienes no tienen el sentido deuteronómico de la vida; en quienes dependen completamente de su “presente”, de sus pasiones, caprichos, y manías; en quienes edifican a su alrededor muros y costumbres, convirtiéndose cada vez mas en esclavos de los ídolos que han esculpido con sus propias manos.
la rivalidad y
de la vanagloria
esquizofrenia
existencial
chismes y de la murmuración
divinizar a
los jefes
Es la enfermedad de quienes cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolencia. Son víctimas del afán de hacer carrera y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios (cf. Mateo 23, 8-12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que tiene que alcanzar y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas únicamente por el propio egoísmo fatal (cf. Gálatas 5, 16-25). Esta enfermedad podría golpear también a los superiores, cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una auténtica complicidad.
la indiferencia
hacia los demás
Cuando cada quien piensa sólo en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos. Cuando se recibe una información y se guarda en vez de compartirla con los demás. Cuando, por celos o por falsa astucia se regodea al ver cómo cae el otro, en vez de ayudarle a levantarse y alentarle.
de la cara
de funeral
de la
acumulación
Cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro. En realidad, no nos podremos llevar ningún bien material, pues todos nuestros tesoros terrenos, aunque sean regalos, no podrán llenar nunca el vacío, es más, lo harán cada vez más exigente y profundo. A estas personas el Señor les repite: “Tú dices: ‘Soy rico; me he enriquecido; nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo… Sé, pues, ferviente y arrepiéntete' (Apocalipsis 3, 17-19). La acumulación sólo da peso y hace más lento el camino de manera inexorable. Me estoy acordando de una anécdota: en una época, los jesuitas españoles describían a la Compañía de Jesús como “la caballería ligera de la Iglesia”. Recuerdo la mudanza de un joven jesuita que, mientras cargaba en un camión sus numerosos bienes (maletas, libros, objetos y regalos), alguien le dijo, con la sonrisa sabia de un viejo jesuita que le estaba mirando: “¿esta es la ‘caballería ligera de la Iglesia?”. Nuestras mudanzas son un signo de esta enfermedad.
de los círculos
cerrados
Cuando la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. Esta enfermedad también nace siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un “cáncer”, que pone en peligro la armonía del Cuerpo y causa tanto mal —escándalos— especialmente entre nuestros hermanos más pequeños. La autodestrucción o “el fuego amigo” de los conmilitones es el peligro más subrepticio. Es el mal que golpea desde dentro y, como dice Cristo, “todo reino dividido contra sí mismo queda asolado” (Lucas 11,17).