A pesar de la felicidad de volver a estar con su hija Liz, de 4 años, José no olvida cuando agentes migratorios le arrebataron a su pequeña en abril pasado y les convirtieron así en dos de las primeras víctimas de la política de 'tolerancia cero' con la inmigración ilegal del Gobierno de EE.UU.
El hondureño, que no quiso revelar su apellido por no afectar su caso migratorio, fue uno de los pocos afortunados padres indocumentados a los que este martes, debido a una orden judicial, les devolvieron los hijos que les arrebataron tras llegar a Estados Unidos.
El Gobierno del presidente Donald Trump debía entregar este martes a sus padres a los 102 hijos de inmigrantes menores de cinco años que tenía en su poder, pero incumplió la orden y se quedó lejos de esa cifra.
Antes de reunirse con el juez este martes, los representantes del Gobierno dijeron que sólo podrían garantizar la entrega de 38 niños, aunque no hay confirmación oficial del número final.
El 26 de julio es la fecha límite para que otros 2.000 a 3.000 menores de entre 5 y 18 años sean reunificados con sus familiares, de acuerdo con la orden del juez Dana Sabraw, de San Diego (California).
El hondureño, de 33 años, no tuvo que esperar tanto para sentir la felicidad de volver a estar con su hija Liz.
Sin embargo, tiene muy presente el momento en que se llevaron a su hija en un centro de detención en Texas.
Fueron detenidos el 7 de abril y, sin quererlo, se convirtieron en unas de las primeras víctimas de la política de 'tolerancia cero' a la inmigración ilegal que el fiscal general Jeff Sessions había anunciado un día antes y que acabó con unos 3.000 menores detenidos, algunos de los cuales ya fueron reagrupados con sus padres.
Ante la ola de críticas que recibió esta separación, el presidente ordenó suspender esta medida a finales de junio para permitir que padres e hijos se mantengan juntos mientras dura su proceso migratorio.
José cuenta a Efe que era de madrugada, que estaba durmiendo junto su hija cuando llegaron varios agentes y, sin dar una justificación, le dijeron que se iban a llevar la menor.
Al entender las intenciones de los oficiales, Liz se puso a llorar y se aferró a su padre con todas sus fuerzas, tratando de evitar que se la llevaran, dice José.
'Un oficial le dijo a otro: 'Agárrala ahora. Si no lo haces ahora, esto va a empeorar'', recuerda José, que trató de arrancar un poco de humanidad en los oficiales para evitar la separación y les preguntó: '¿No tienen hijos?'.
No hubo respuesta y uno de los oficiales agarró a la niña mientras ella decía 'Papá, quiero quedarme contigo'.
En ese instante el mundo de José se derrumbó y su ilusión de darle una mejor vida a su hija se desvaneció.
El día que se llevaron a Liz no fue la primera vez que José sintió la hosca actitud de los agentes. Recién llegó a Texas un oficial acusó al hondureño de haber robado a Liz.
'Me dijeron que no era mi hija', explicó el hondureño. Pero José venía bien preparado para demostrar el vínculo que tenía con la menor.
Además del certificado de nacimiento, el inmigrante tenía la tarjeta de seguro médico de la pequeña, incluso traía una carta de autorización que la madre de Liz le dio para salir de Honduras.
Los agentes nunca le dijeron a dónde se habían llevado a la niña, tampoco le permitieron comunicarse con Liz hasta hace dos semanas cuando Elizabeth Grossman, abogada del inmigrante, logró establecer la comunicación entre padre e hija.
La niña había sido enviada a un albergue en Michigan, a miles de kilómetros de Texas y la frontera con México.
Grossman asegura a Efe que están profundamente aliviados de que José se haya podido reunir con su hija después de haber estado separado por más de tres meses.
'Lucharemos por garantizar que a estas familias se les otorgue el debido proceso al que tienen derecho constitucional', sostiene. EFE