Santa Olga, Chile
Santa Olga era, hasta la madrugada del miércoles, una humilde localidad chilena del municipio de Constitución que vivía de la explotación forestal, pero bastaron unas pocas horas para que las llamas redujeran a cenizas sus 1,200 viviendas.
Los vecinos lograron escapar a tiempo, pero perdieron casas, muebles y enseres. El esfuerzo de toda una vida de trabajo se esfumó en uno de los voraces incendios que desde hace dos semanas arrasa centenares de miles de hectáreas en el país y ha acabado con la vida de once personas.
Además, entre los escombros humeantes de las casas construidas con madera y materiales ligeros fue hallado el cuerpo de un hombre aún no identificado.
Desde hace una semana, bomberos, voluntarios y brigadistas de la Corporación Nacional Forestal luchan para frenar el avance del fuego, pero todo fue en balde.
“Estábamos aquí, en la casa. Mi papá trataba de cortar unos árboles, porque sabíamos que el fuego venía desde allá”, dice Abigail, una de las residentes, señalando el lugar donde estaba emplazado Santa Olga.
Las donaciones de agua y víveres llegan para atender a los damnificados.
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Abigail vivía en Corrientes, una pequeña población situada a diez kilómetros de Santa Olga y que también resultó destruida. “Creíamos que nos habíamos librado, cuando, de repente, el fuego llegó de allá y nos dijeron que teníamos que evacuar. Tratamos de escapar, pero los caminos estaban cortados, no podíamos ir para ningún lado”, relata.
Abigail y su familia se salvaron gracias a un camión aljibe que los sacó del lugar. “Tuvimos que mojarnos, tratamos de hacer todo para poder salir vivos. Si no hubiese sido por la ayuda, habríamos muerto calcinados”, asegura.
A pesar de la tragedia, Abigail confía en que saldrán adelante. “Estoy tranquila, tengo fe en que vamos a salir adelante. Yo le digo a mi mamá que las manos no nos las han quemado”, explica.
La fortaleza de esta joven contrasta con la realidad. Además de sin hogar, la familia ha perdido el sustento, porque todos trabajaban en las empresas forestales que llegaron a la zona en los años sesenta.
Desde el aire, el avión Supertanker descarga agua desde el miércoles.
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Santa Olga está situada en la región del Maule, una de las más afectadas por el terremoto de febrero de 2010, que causó más de medio millar de muertos y dejó dos millones de damnificados.
“Yo veo más complicado el incendio que el terremoto, porque el terremoto dura un par de minutos no más, no se quema nadie, la gente de la costa a veces se ahoga, pero el incendio es más problemático. El incendio no lo para cualquiera, tiene que ser gente experta”, argumenta J0sé Pacheco, otro vecino de Santa Olga.
A pesar de que los incendios han acabado con Santa Olga y otras pequeñas poblaciones aledañas como Putú y Peralillo, el alcalde de Constitución, Carlos Valenzuela, no se rinde. Por lo pronto, el municipio está dando cobijo a 7,000 personas y empieza a organizarse para distribuir ayuda a los damnificados.
“Nos paramos para el terremoto, nos paramos para el tsunami y ahora nos volveremos a parar”, aseguró el gobernante local a radio Cooperativa.
En tierra, más de 4,000 voluntarios luchan contra el fuego.
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