Redacción.
Al retirar la losa que dejó ver el lecho rocoso donde la tradición sitúa la sepultura de Jesucristo, los ordenadores de trabajo de los restauradores del Santo Sepulcro se apagaron.
“Esto es un hecho”, zanja sin querer entrar en más interpretaciones, Antonia Maropoulou, la directora científica del equipo griego que, desde junio, utiliza estos aparatos electrónicos en los trabajos de rehabilitación de la supuesta tumba de Jesús, en la fortificada Ciudad Vieja de Jerusalén.
Pocos fueron los privilegiados que el 26 de octubre, en el transcurso de estas obras, asistieron al hecho histórico que no ocurría desde hace cinco siglos, cuando el entonces custodio de Tierra Santa, Bonifacio de Ragusa, pudo ver en 1555 la piedra original de la tumba, según atestiguan sus escritos.
Una cámara, una científica y tres custodios.
“Cuando, por la necesidad, se tuvo que remover una de las placas de alabastro que cubrían el sepulcro, puesta para que se pudiera celebrar allí el santo sacrificio de la misa, se nos apareció aquel lugar inefable en el cual reposó durante tres días el Hijo del Hombre”, describió Bonifacio.
Los operarios retiraron una primera losa de mármol “bajo la cual había una segunda, rota y fragmentada, con inscripciones de los caballeros cruzados, que permitió ver la piedra original como entonces la viera Bonifacio”, explica el franciscano y arqueólogo, Eugenio Alliata, uno de los privilegiados que pudo entrar al venerado habitáculo.
Cuenta Artemio Vítores, el español que fuera custodio adjunto de Tierra Santa y hoy superior de Belén, que Bonifacio fue el que mandó poner esta losa para protegerla: “Una partida en dos para que pareciera inservible y no la robaran”, concluye de sus estudios en torno a las diversas teorías bíblicas e históricas que rodean este místico emplazamiento.
Sin testigos y al atardecer, en el momento de la apertura de la tumba solo entraron una cámara del National Geographic, Maropoulou y los tres custodios de Tierra Santa: el greco-ortodoxo, el armenio apostólico y el católico romano, que se inclinaron ante la abierta sepultura.
“Sentimos que no solo nosotros, sino toda la humanidad se arrodillaba ante la tumba”, señaló Maropoulou sobre el histórico acto.
“En ese momento los ordenadores de soporte de los instrumentos se pararon y, una vez se restableció el equilibrio, volvieron a funcionar”, narró la restauradora, pero sin entrar en detalles sobre el posible significado de estos hechos, distanciando así su trabajo científico de la carga religiosa que invade el lugar más sagrado para el cristianismo.
Maropoulou trabaja en lo material, en la rehabilitación del edículo que protege la roca donde fue excavada la gruta y sepultado Jesús, siguiendo la tradición de enterramiento de la época y cuya restauración era urgente para evitar que se convirtiera en polvo. “Es seguro que cuando vimos las cavidades que la humedad, salinización y cristalización de la sal habían provocado en la roca santa sabíamos que en décadas podría haberse convertido en una montaña de arena”, detalló esta profesora de la Universidad Politécnica Nacional de Atenas.
Pocos fueron los privilegiados que el 26 de octubre, en el transcurso de estas obras, asistieron al hecho histórico que no ocurría desde hace cinco siglos.
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El problema de los cirios.
Las obras han sido posibles gracias al acuerdo de los tres custodios de este lugar santo que encargaron esta “intervención de urgencia tras descubrir importantes daños en las paredes de la cueva”, puntualizó la experta.
La primera fase de los trabajos se centraron en retirar los mármoles del edículo “provenientes de Belén y Ramala”, aclara Alliata, que arropaban y salvaguardaban la cueva.
Alineados sobre el suelo, en la planta alta de la iglesia, desde donde se divisa el domo del templete, también en reparación y cubierto con andamios, las piedras han recuperado su color sepia original después de una minuciosa limpieza que eliminó el ennegrecido provocado por la humedad, el tiempo y las velas.
Las llamas de los cirios que los peregrinos sitúan en torno a este lugar venerado también han afectado a los materiales por lo que se prevé que, una vez terminen los trabajos, se recomiende regular el encendido de la cera junto al habitáculo sagrado.
Entablados, un ascensor y laboratorios improvisados escondidos en las salas de la Iglesia del Santo Sepulcro se han integrado estos meses en el carácter litúrgico de este espacio, donde los peregrinos sortean con naturalidad los espacios reservados a las intervenciones de restauración.
El lugar más sagrado para el Cristianismo solo permaneció cerrado al público durante las 60 horas de apertura del lecho de muerte de Jesús.
“Dejar todo como estaba”.
Este es el único cambio notable de un ambicioso proyecto de restauración que tiene como objetivo no modificar la estructura ni la esencia, “dejar todo como estaba”, pero renovado y reforzado para que aguante los embates del ambiente y el paso del tiempo.
“Nuestro trabajo es científico, aunque en este proyecto de restauración hemos abordado, tanto la estructura como los valores del lugar”, reconoció la coordinadora científica.
“Los resultados han sido muy buenos y ahora estamos en la fase de instalar las juntas de titanio -traído desde Grecia y utilizado también en la Acrópolis- para reajustar las piedras de la cueva y fijarlas al templete que lo protege”, explicó.
Si todo continúa según lo previsto, en el mes febrero el equipo retirará las vigas de metal que fueron instaladas durante el imperio británico, en 1947, para sostener el edículo reconstruido por la comunidad greco-ortodoxa un siglo y medio antes.
En 1808 un incendio devastador dañó severamente el templete y esa comunidad se encargó de su reedificación en 1810 por lo que ha sido un grupo griego el elegido para llevar a cabo esa significativa intervención del tabernáculo.
Este es el pequeño edificio que conocemos cubierto por un techo plano con una modesta cúpula en el centro, de estilo moscovita, sostenida por pequeñas columnas y con inscripciones en griego en sus laterales, que invitan a los pueblos y a las naciones a alabar al Cristo resucitado.
El lavado de cara del Santo Sepulcro será visible el próximo mes de marzo, de cara a la Pascua de 2017. EFE