Eran las cuatro de la tarde cuando cientos de centroamericanos esperaban la Bestia, en la vía del tren del municipio de Arriaga, México. Entre los migrantes habían niños desde 17 hasta menores de dos años.
Los pequeños reían mientras jugaban con piedras, sin saber que sus padres esperaban el monstruo de hierro, que en sus largos recorridos ha marcado la vida de miles de hondureños.
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Al pasar una hora, el movimiento de migrantes comenzó a fluir. A lo largo se escuchaba el estruendo del tren, que según ellos, los acercará a cumplir sus sueños de una vida mejor.
Familias enteras, pero en su mayoría madres solteras, se arriesgan a salir de sus comunidades en Honduras, pero gran parte de ellas son detenidas por la Policía y otras se entregan a migración porque no soportan el difícil viaje.
Al municipio de Arriaga llegan a diario al menos cien hondureños, quienes atravesaron puntos ciegos para evadir a las autoridades migratorias del país azteca. Al acercarse el tren, una pareja de hondureños, junto a sus dos hijos de seis y dos años, comenzaron a corren para ingresar a los vagones, la madre fue la primera, porque ya habían planeado que ella sostendría a los niños mientras el padre los subía de uno en uno, para luego subir él y emprender el viaje en la peligrosa ruta.
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El hondureño Maynor Escobar dijo que desde hace cinco días emigró del barrio Chamelecón, San Pedro Sula, por la inseguridad que impera en la zona. Él espera encontrar la tranquilidad que no hay en Honduras, en otro país.
“En Honduras se pasan muchas necesidades y vemos las noticias de lo que pasa al subirse en estos trenes, las pandillas amenazan con matarnos si no les pagamos por subir a los vagones”, relató el catracho.
A pesar que a unos 500 metros hay un albergue para migrantes, la mayor parte de personas prefiere aguantar hambre, frío o calor en las vías, por temor a perder la oportunidad de subirse a uno de los trenes.
Siguen viajando solos
Óscar Caballero de tan solo 15 años ha viajado cientos de kilómetros desde Honduras hasta México, por intentar llegar a Estados Unidos donde su familia lo espera. Sin importarle los riesgos, asegura que nada lo detendrá en su camino.
“Me vine de Santa Bárbara desde hace 20 días porque quiero que mi familia no sea tan pobre y poder tener yo mismo una buena vida”, expresó el menor.
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En una mochila de tela empacó un pantalón y dos camisas; una madrugada sin que nadie se diera cuenta salió de su casa a conquistar sus sueños.
Caballero dijo que en el viaje encontró a muchas personas que se ofrecen a llevar a los migrantes con supuestos jalones, pero son secuestradores, por lo que prefirió caminar sin confiar en nadie. “Tengo tres días en el albergue, pero estoy esperando que mi familia me envíe dinero para seguir a Monterrey, porque en el tren es peligroso y no quiero arriesgarme”, agregó el joven.
“Vi cómo violaban a un niño”
Lo que viven los migrantes solo se comprende oyendo sus relatos escalofriantes en un ambiente donde identificar los peligros es tan difícil, tan difícil como hallar un sitio seguro en el afamado tren.
Una madre hondureña relató a LA PRENSA el terrible trauma que vivió junto a otro grupo de mujeres al ver cómo aparentemente ultrajaban a un niño hondureño de apenas cinco años.
Jessica Ramírez viajó desde La Ceiba en compañía de sus tres hijas de 11, 8 y 2 años, porque en su lugar de origen no encontró trabajo.
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“Fue un viaje de 20 días hasta Arriaga, México, solo traía cuatro mil lempiras, pero ese dinero no ajusta porque hay que comprar comida y leche para la pequeña”, expresó.
La hondureña dijo que mientras estaba en un albergue en Tapachula, vio que en una noche un hombre migrante violaba al menor de cinco años. “En el albergue ya tengo seis días, pero me da miedo subirme al tren porque se supone que esta semana bajaron a dos niños y se los llevaron secuestrados”, manifestó la hondureña.
Según las autoridades migratorias de México, más del 60% de las mujeres y niños centroamericanos son abusados sexualmente.
Arriaga y los migrantes
Desde hace una semana que comenzó a circular la noticia que las autoridades mexicanas no permitirán que personas suban en la “Bestia”, el movimiento de migrantes ha bajado en un 30%, estiman autoridades migratorias del lugar. Esa merma de personas lo siente la economía local del municipio chiapaneco donde la economía local gira en torno a los migrantes que esperan allí el paso del tren.
Christian Rodríguez, originario de Honduras y quien vive en Arriaga desde hace 12 años, sabe que significa vivir de los “mojados” aunque también no ha dudado en tenderles la mano cuando los ve en extrema necesidad. “Me vine de mi país porque quería llegar a Estados Unidos, pero estando acá me gustó y ahora vivo de las ventas a los migrantes”, reconoce. Rodríguez dijo que cientos de familias del municipio y alrededores están alarmados porque sus ingresos dependen de los migrantes que llegan a diario para subir a los trenes.
Los comerciantes venden cartones y bolsas plásticas para que los indocumentados se tapen del agua y puedan amortiguar un poco el duro recorrido en el lomo de los trenes. Agua, refrescos, tacos y tortas son lo que más compran las personas antes de subir al tren porque saben que pasarán varios días sin poder alimentarse.
“Me ha tocado ayudar a varios compatriotas que tiemblan del hambre y cuando veo madres con niños les he dado refugio en mi casa”, expresó el hondureño.
Otra de las grandes amenazas para los migrantes son las pandillas y otros grupos criminales.
Una familia de hondureños está amenazada de muerte por maras en Arriaga, Chiapas, y por el temor ya tienen más de tres días de estar refugiados en un hogar para migrantes.
“Cuando veníamos en el tren los mareros subieron a los techos y nos pidieron 200 dólares por persona, pero a los pocos metros nos paramos y aproveché a denunciarlos con una patrulla”, expresó el padre de familia que por seguridad omitió su nombre.
La mayor parte de migrantes que viajan en trenes son extorsionados por pandillas y en cada estación deben pagar una cuota; los que no pagan son asesinados o tirados de los trenes.
“Los policías los capturaron, pero otros venían como migrantes, me dijeron que no llegara a Ixtepec porque sino me mataban”, expresó el hondureño, quien viaja con su esposa y su hijo de siete años.
La familia, originaria de San Pedro Sula, se siente con temor de salir a continuar la ruta y están desilusionados porque ven el apoyo que los Gobiernos de Guatemala y El Salvador les dan a sus ciudadanos.
“Al ver que se acercaban con armas, decidimos tirarnos porque sino nos mataban, mi esposa aún esta enferma de los golpes, pero al menos estamos con vida”, relató.
En el albergue de Arriaga los salvadoreños tienen llamadas gratis y los hondureños tienen que comprar tarjetas para poder comunicarse con sus familias. Los que no tienen dinero deben hacer algunos trabajos para conseguir algunos pesos.
Siguen llegando deportados
Y mientras en México más hondureños emprenden el peligroso camino, más son retornados en buses de ese país. Ayer, llegaron a San Pedro Sula tres buses con 87 personas, entre ellas, 57 niños y 30 adultos.
El centro El Edén de la Dirección de la Infancia, Adolescencia y Familia (Dinaf), atendió nuevamente a estos deportados, quienes reciben en el lugar terapia psicológica, medicamentos, alimentación y la posibilidad de obtener un trabajo.
“Cualquier microempresa que ellos puedan arrancar, a través del Infop se les puede capacitar, depende a lo que se dediquen y en el departamento donde vivan los migrantes”, manifestó Chiang.