San Pedro Sula, Honduras
Su oratoria y determinación por lo que quiere quedaron demostradas una mañana de noviembre, cuando a sus cinco años tomó el micrófono y declamó ante centenares de personas el poema “La despedida”.
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Arrancó lágrimas y aplausos y su madre Elvira Alvarado supo que su hijo Juan Orlando Hernández Alvarado se convertiría algún día en una persona importante de Honduras.
Hernández, de 44 años, es el decimoquinto de 17 hermanos y nació el 28 de octubre de 1968 en la ciudad de Gracias, Lempira, en la aldea Río Grande. Su padre Juan Hernández Villanueva (QDDG) fue su ejemplo y su muerte es uno de los golpes más fuertes que ha vivido.
En su ciudad natal cursó su primaria y secundaria. Sus maestros recuerdan claramente al pequeño que se llenaba las bolsas los pantalones de cáscaras de naranja y con un hule se las lanzaba a sus compañeros. Lo califican como un niño travieso e inteligente, pero nunca un “cipote malcriado”, sobrenombre que se ganó años después, cuando se convirtió en diputado y vivió uno de los momentos más tensos de la presidencia del Congreso del liberal Rafael Pineda Ponce (1998-2002).
“Estábamos en la inscripción de la candidatura presidencial de Ricardo Maduro. Era subjefe de la bancada. Alcé la voz y pedí trato igual para nuestros diputados. Alguien gritó desde atrás ‘dictador, dictador’ y Pineda Ponce creyó que había sido yo.
El profesor abandonó el hemiciclo y el diputado Rodrigo Castillo Aguilar les dijo a los medios que nos comportábamos como cipotes malcriados y que yo era uno de los cipotes malcriados”.
Hernández egresó de la primera promoción del Liceo Militar del Norte para luego convertirse en licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, abogado y notario. Luego obtuvo una maestría en Administración Pública con énfasis legislativo. Hernández viene de una familia muy reconocida y acomodada en el departamento de Lempira, lo que le valió para no pasar hambre. Cuando cumplió 22 años se involucró en la política universitaria hasta que logró ser presidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho de 1988 y 1989.
Hernández contrajo matrimonio con su compañera de aula, la abogada Ana Rosalinda García, y procreó cuatro hijos: Ivonne María, Juan Orlando, Ana Daniela e Isabela. No es un hombre de flores, detalles ni serenatas, asegura su esposa. Pero confiesa que lo enamoró su liderazgo, don de servicio y su tenacidad por lograr lo que se propone. “Es un gran padre y esposo”. En 1990, su hermano Marco Augusto Hernández, uno de sus mentores, ocupó la vicepresidencia del Poder Legislativo y decidió llamarlo para que fuera su asistente ejecutivo.
Luego obtuvo una beca en España para estudiar legislación y al regresar se involucró de lleno en el activismo del Partido Nacional. En 1993 fue el coordinador departamental de Lempira por el movimiento de Roberto Martínez Lozano.
En 1997 se postuló como candidato a diputado por el departamento de Lempira, curul que ha ocupado hasta convertirse en presidente del Congreso Nacional, su mayor aspiración.
En su desempeño como titular de ese poder aprobó una serie de leyes, entre ellas la Ley Fundamental de Educación, Reformas a la Ley Orgánica, Ley para Depuración de la Policía, la destitución de los magistrados, ciudades modelos y otras que le ganaron amigos y enemigos, quienes lo calificaron como “dictador” y un irrespetuoso de las leyes.
El entonces presidente del CN siguió adelante al postularse como candidato del movimiento Azules Unidos. Ganó la contienda y hoy es uno de los aspirantes más fuertes para convertirse en presidente de Honduras. Su propuesta contempla fuerte inversión en seguridad, generación de empleo y su programa Vida Mejor, para muchos una oferta populachera que le ha valido los motes de Juan “Tortilla” y Juan “Fogón”.
Asegura que eso no le molesta porque garantiza que mejorará la calidad de vida de los hondureños y una vida mejor, pero tiene la certeza de que “hay que hacer lo que se tenga que hacer para recuperar la paz y la tranquilidad de los hondureños”.