“Por mi hija sería capaz de cualquier cosa, quería un mejor futuro para ella, lo que no sabía es que estaba arriesgando su vida y esto no volverá a pasar”, dijo Janeth, quien ayer llegó deportada desde Estados Unidos.
Con una mano en la cara y con la otra sosteniendo una bolsa con alimentos, mientras su hija la tomaba del brazo, Janeth y su pequeña Karla iban de prisa a tomar un bus hacia Morazán, Yoro.
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Hace un mes, al enterarse del supuesto permiso que estaban dando en la frontera para pasar a Estados Unidos, emprendió la aventura junto a su hija.
No dudó en irse. Le ofrecieron un viaje seguro y calmado y con lo que pagó era lo menos que podría esperar. Ella asegura que pagó 100 mil lempiras a un coyote que le prometió llevarla sin problemas a Estados Unidos.
La incertidumbre del no saber cuál era el futuro que les esperaba impulsaba a Janeth a no dejar de pedirle a Dios. “Que no le pase nada a mi niña, que no me la vayan a secuestrar, que no nos agarren, que podamos salir bien de esta”, eran las súplicas que la señora recuerda.
Las viajeras atravesaron todos los obstáculos que encontraron sin siquiera sospechar que en Mc Allen terminaría su travesía.
Hoy, Janeth vuelve a su humilde casa con sus padres de 50 años y su pequeña Karla, preocupada por la deuda que adquirió por perseguir su sueño americano. Ella también espera que el Gobierno la ayude porque ahora su realidad es más desesperante que al irse, pues una enorme deuda por pagar es lo que le espera.