San Pedro Sula, Honduras
“Antes de subirme al carro ya voy pensado en todo el tiempo que tengo que perder. No importa la vía que tome, en San Pedro Sula a las 5:50 de la tarde en todas las calles, avenidas y bulevares se forman enormes embotellamientos.
Enciendo la radio. Es la única opción que tengo al manejar y hacer menos estresante el tráfico vial que todos los días -mañana y tarde- me espera en el bulevar del este.
El primer semáforo -ubicado en la primera calle, tercera avenida del centro de la ciudad- está en rojo. La cola de carros esperando que cambie el color es corta. En cinco minutos estoy fuera del centro.
Cruzo la Circunvalación y tomo el bulevar, pero me encuentro con el segundo obstáculo. Es el conductor de un rapidito que se detiene en pleno carril derecho para abordar pasajeros agudizando el problema vial.
Para mi mala suerte me quedo varada detrás del rapidito y otros conductores enfurecidos empiezan a sonar sus bocinas. El ruido es tan molesto que ya no logra distraerme la música en mi radio.
Avanzo a paso lento, no puedo exceder la velocidad. Bajo el único puente peatonal que hay en dicho bulevar me la juego con los ciudadanos que de forma atrevida se cruzan sin hacer uso de la obra de infraestructura.
Por fortuna un operativo de Tránsito a la altura de Megaplaza obliga a los motoristas del transporte público a utilizar la parada y ceden el paso a los conductores de carros particulares.
El tráfico me obliga a ir a 20 kilómetro por hora. Justo a la altura de la gasolinera Puma empieza de nuevo el aglomeramiento. El tráfico en este sector es insoportable.
Voy por el carril del medio, aunque en el bulevar del este solo son dos, los desesperados conductores han formado tres.
Incluso hay un cuarto carril más angosto, el que van formando las motocicletas que sin ninguna prudencia se meten entre los vehículos.
Al llegar a la altura de Zizima el tráfico empieza a ser más fluido, los conductores toman como atajo el parqueo del ecoparque.
Los que hacen esta maniobra logran avanzar, el resto nos vamos quedando atrás. Para este momento llevo 20 minutos perdidos en el tráfico.
Me empiezo a sentir desesperada y no es para menos. A esta hora el hambre y el cansancio ya están en mi contra.
Por fin llego al semáforo ubicado a la altura de La Cosecha. Mi pesadilla diaria está por llegar a su fin.
Pasando esa intersección el tráfico es más fluido. Cambio la velocidad a 50 kilómetros por hora. Pero de nuevo otra fila me espera en el peaje del este. Ya a 10 minutos de llegar a mi destino doy gracias a Dios por haber concluido una noche más en el infernal congestionamiento vial.
Aunque abandono el auto con dolor en la piernas por el tedioso uso del freno, clotch y acelerador estoy feliz de llegar a casa”. Este es el relato de uno de los cientos de conductores que viven la pesadilla del infierno vial en la ciudad.