Más de 40,800 estudiantes (equivalente al 8% de la población “nini” del país) desertaron el año pasado de los centros educativos de educación básica y media, de acuerdo con cifras oficiales.
Estos alumnos, en edades comprendidas entre los 13 y 19 años, abandonaron las aulas en diferentes momentos del año lectivo, al igual que lo hicieron 1,887 niños (de 6 a 12 años) de la educación primaria.
El número de desertores, entre los jóvenes que automáticamente se convirtieron en “ninis” y los niños que dejaron las escuelas, ascendió en 2015 a 42,756, una cifra inferior a la observada en 2014 (61,320).
El Segundo Informe de Estadísticas Educativas 2015 indica que las deserciones obedecieron a un sinnúmero de causas, entre ellas, el fallecimiento por violencia y migración interna y externa.
Entre 2014 y 2015, unos 13,580 jóvenes renunciaron a las clases porque emigraron hacia otro país y 33 murieron a causa de la violencia.
Según Sara Doris Sambulá, directora departamental de la Secretaría de Educación en Cortés, “la situación económica prevaleciente en el país, la falta de oportunidades laborales, la migración y la inseguridad” impactan negativamente en la población estudiantil.
“Muchos se retiran porque emigran hacia otras ciudades y otros países; otros porque quedan en manos de los abuelos, tíos y tías a consecuencia de la desintegración familiar”, agregó.
Sambulá advirtió que “muchos jóvenes se retiraron o están por retirarse porque no tienen dinero para pagar sus gastos ni oportunidad para encontrar un trabajo”.
Las autoridades de Educación han observado que un considerable número de estudiantes que asiste a las jornadas vespertinas y nocturnas (en sectores altamente poblados en las ciudades importantes) son afectados por grupos delictivos como las maras.
En riesgo
Gabriela Esther Ramos Amaya (15) comenzó el año escolar con enormes limitaciones económicas que amenazan su permanencia en el instituto José Trinidad Reyes (JTR).
Gabriela cursa el segundo año de Contaduría y Finanzas porque tiene claro que, una vez titulada, habrá obtenido los suficientes conocimientos contables para abrir su propio negocio.
Hace unos días, a fin de que sus aspiraciones no se disiparan entre las limitaciones económicas, llegó al escritorio de Lourdes Raudales, coordinadora del departamento de Orientación, para pedirle apoyo económico.
“Mis padres son pobres, han vendido agua y han reunido dinero para tener una pequeña chiclera. Ellos me dan L50.00 para pagar transporte y comida. A veces no traigo dinero porque no tienen”, expresó. El departamento de Orientación del JTR ya comenzó a proveerle libros y ha hecho las gestiones para conseguirle una beca en una cooperativa que apoya estudiantes de esa institución.
“Todos los días vienen estudiantes a pedirnos ayuda. A muchos de ellos les damos merienda, libros, uniformes y becas”, dijo Raudales. Ese departamento ha logrado mantener una relación de cooperación con la sociedad de padres de familia, empresas y también egresados de la institución con el fin de evitar que los jóvenes pobres no sigan estudiando.
Mientras Gabriela busca ayuda y estudia lo suficiente para no bajar las calificaciones, María Lucía Amaya le pide a Dios “todos los días” que le mande clientes a su pequeño negocio de galletas y “churros”.
“Nos hemos esforzado para que ellas estudien, pero hay días que no podemos darles dinero, no logramos vender, y lo poco que conseguimos es para comer”, comentó Amaya.
Gabriela espera concluir el año próximo la educación media y desea que la mala suerte que ha perseguido a su hermana Elibeth Ramos Amaya (19) no torpedee sus aspiraciones laborales y académicas.
Ella quiere estudiar Contaduría Pública en la universidad.
Elibeth estudió Comercio en el José Trinidad Reyes. Egresó en 2014 con la ilusión de colocarse, de manera inmediata, en una plaza laboral; sin embargo, no sucedió todo lo que había imaginado. Durante todo el año buscó trabajo y no encontró.
Para percibir algunos centavos, ella acompañó por varias semanas a amigos que se dedican a vender ropa en un tenderete cerca de la línea del tren. Con parte del dinero que ganó (L200) pagó los servicios de una agencia de colocación. Hace poco, a principios de año, tuvo un trabajo temporal en una tienda del centro de San Pedro Sula.
Estas tres mujeres viven en la colonia El Porvenir, en el municipio de Choloma, Cortés. Para salir de ahí y llegar al centro de San Pedro Sula deben disponer de al menos 100 lempiras para pagar transporte y comida.
Gabriela y Elibeth tienen una hermana que en 2013 se marchó a vivir a México luego de que delincuentes arrollaran y mataran a su hijo Kevin Hernández (6) cuando regresaba del kínder.
Meses atrás, Elibeth recibió una llamada y se alegró porque, “por fin”, recibía una propuesta laboral. El entusiasmo duró poco y se desvaneció en cuestión de horas.
“La mujer me hizo una pregunta rara. Me preguntó si yo era verdaderamente bonita, y yo le respondí que no sabía. Como tenía necesidad, yo fui a una entrevista con la mujer. Ella me entrevistó en un centro comercial”, dijo.
Para la mujer, que tenía intenciones de reclutarla, la cita se convirtió en un fiasco, pues no logró convencer a Elibeth. La joven llegó con su madre María Amaya, una mujer que sabe establecer diferencias entre lo bueno y lo malo.
“Yo le dije a mi hija que regresáramos a la casa. Esa mujer no tenía buenas intenciones. Para empezar la citó a un centro comercial y la miraba de una forma bastante fea. Hasta le dijo: ‘Por qué venís acompañada de tu mamá’. Yo pienso que quería prostituirla”, afirmó.