Tiene como profesión uno de los trabajos más peligrosos del mundo, la de policía. Sus creencias religiosas lo han mantenido fiel a sus principios por lo que se destaca en la novena promoción de oficiales de su generación.
El comisionado general Héctor Iván Mejía anhela que Honduras sea un país seguro y que la ciudadanía vuelva a confiar en su totalidad en la institución a la que la que le ha entregado su vida, la Policía Nacional.
Nací en Goascorán, Valle. A los seis años nos trasladamos a El Progreso, Yoro, porque mi padre perdió la vida. Fue una etapa muy difícil.
Fue una situación bastante compleja, no tuve una niñez típica, nací antes de la guerra con El Salvador y cuando se dio tuvimos que salir de allí. Quizás los recuerdos que tengo no sean los mejores.
Recuerdo muy bien el liderazgo que asumió mi madre. Mi padre era una persona muy respetada en el lugar, voy a su sepultura por lo menos una vez al año. Tengo esa obligación.
Le tocó ser jefa de familia como muchas mujeres en Honduras. Es una de las personas que más admiro en mi vida. Procuró que nunca nos faltara nada, es un ejemplo de trabajo permanente.
Tuve un privilegio, tener hermanos varones mayores. Yo soy el menor y mis hermanos y hermanas cuidaron de mí.
Me tocó cambiar de vida pronto. Ingresé de 17 años a la Academia Nacional de Policía (Anapo). Fue otro ritmo de vida, que llegó para afirmar mis principios y aprendí nuevos valores.
Desde que estudiaba en el colegio tenía la idea. Tuve muy buena educación en un colegio jesuita y además un primo que estudiaba aviación. Lo admiraba mucho y eso me inclinó.
Cuando llegué a la 105 Brigada a aplicar me preguntaron en qué academia quería estudiar. Yo iba con la idea de estudiar aviación como mi primo. Me mandaron a examinar y resulta que tenía pterigión (crecimiento benigno en el ojo) y no pude.
Definitivamente. Me preguntaron en qué otra academia quería estudiar y dije que en la de Policía. Eso fue en 1983.
Salimos 13 de El Progreso y ocho entramos a la academia. Otros estudiaron Medicina y Periodismo.
En esos tiempos Tegucigalpa era muy fría. La academia quedaba en El Picacho y ambientarme al clima fue difícil. Aunque practicaba deportes no había logrado desarrollar mis pulmones.
Era una época tranquila. Era el paso del régimen militar a la democracia. La sociedad vivía en libertad y no en el libertinaje de hoy. Había paz.
Sí, es una costumbre. Me acostaba a las 10 u 11 de la noche estudiando, y a las 4:30 am ya estaba levantado. Todo es programado, hasta el tiempo para ir al baño.
No, hasta este momento estudiar en una academia es un privilegio. Lo único que hay que hacer es portarse bien y seguir las normas académicas. La Academia nos asegura la vida, se gradúa hoy y mañana ya está trabajando.
La Policía siempre está en crisis, principalmente en un país como Honduras, donde la población espera más. Cualquier cosa que pase en una sociedad, por lo general siempre va a pegar a la Policía.
No es eso, es que es parte del riesgo, todos los días hay crisis y uno de policía tiene que tener respuestas siempre. A mayor problemas sociales, mayor problemas policiales.
Desde luego. Lo que se debe de procurar en tener un cuerpo policial que hable con la verdad, que cumplan con la ley, que sean comunitarios y que sobretodo no olvidemos de las comunidades que venimos a las cuales debemos servir.
Sí, no hay que olvidar que un Dios nos está vigilando.
No se puede tener una buena relación con un delincuente. En ningún momento podemos ser complacientes ni amigos, pero tampoco enemigos.
El trabajo del policía es bonito porque se disfruta hasta cuando se llega a visitar a la familia. Como servidor público hay que llevar las cosas de manera correcta.
Eso lo decide la población. Nuestro historial no lo podemos cambiar. Tener un buen nombre y un buen perfil no se construye en cinco años pero se puede destruir en un minuto.
Ha tocado y es difícil.
Trato de ser lo mejor, pero una cosa es lo que uno trata y otra lo que se logra.
Sí, una vez en 2010-2011 producto de la situación política del país. Son riesgos que se asumen y hay que dar la cara.
Cuando mataron a uno de mis hermanos en 1995. Entré en un proceso de valoración por la familia, pero con la ayuda de Dios desistí y seguí.
Fue un grupo social al que no les permití incendiar medios de comunicación. Hoy aparecen defendiendo la libertad de expresión.
Pienso que el no votar es una de las fortalezas que tiene el país.
He tenido esa bendición en todos los puestos. Fui mariscal en San Pedro Sula en 2005 y no olvido el cariño.
Siempre tengo claro un panorama, lo que quiero ser y lo que puedo ser. No sabía que había compañeros en la Policía que no compartían valores. Me mantuve al margen.