Desde su niñez hasta el día de hoy monseñor Ángel Garachana ha vivido la Semana Santa renovando su fe, cerca de Dios.
El obispo de la diócesis de San Pedro Sula exhortó a la feligresía que “no sean solo católicos de Semana Santa”.
Garachana habló con Diario LA PRENSA referente a los sentimientos que le inspiran estos días donde se revive la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
La Semana Santa siempre ha sido para mí un tiempo muy especial desde niño. Aún no tenía ocho años y ya era monaguillo. En el seminario era un tiempo muy intenso, de vivencia espiritual. Ahora de obispo la vivo equilibrando los tiempos de celebrar, de estar con este pueblo de Dios y los tiempos en que me meto acá en el obispado, me encierro y tengo mi meditación, mi oración personal. Cuando voy con la gente en el Viacrucis, en la procesión, lo vivo por dentro, me siento unido íntimamente a este pueblo. En Semana Santa expreso mi fe, renuevo mi fe y animo la fe de este pueblo.
Muchas personas que han experimentado la violencia con la muerte de sus seres queridos lo que les da fuerza es la fe. La pregunta es ¿hasta qué punto se puede perder la fe, la moral y la conciencia como para matar? El problema para mí está en los que matan. Las personas que sufren el efecto de la violencia me han dicho: “Padre, lo que me da fuerza es la fe”. Es un contraste.
Hay personas que han llegado hasta la violencia, asesinan y se han arrepentido. Han pedido perdón a sus víctimas, les duele en el alma, han hecho penitencias y que quieren rehacer su vida. Hay otros que no han tenido ese cambio. Por parte de la iglesia lo que se tiene que hacer es el llamado, decirles que pueden cambiar, rehacer su vida. La posibilidad del cambio a nadie se le puede negar. Dios no niega el perdón a nadie que se lo pide. Mientras vivimos podemos cambiar, la tarea de la iglesia es cómo llegar a estas personas, cómo decirles que pueden cambiar.
En Semana Santa muchos católicos que quizás a lo largo de los años están más fríos se acercan, tenemos que aprovechar para insistir que no sean solo católicos de Semana Santa, que sean católicos de todo el año. Al que llega no hay que regañarlo, ni espantarlo, hay que decirle “qué bien que has venido, incorpórate a la comunidad”. Los sacerdotes acogemos a todos en Semana Santa y les pedimos que participen más frecuentes.
Con más vivencia interior la celebración de la pascua, la vigilia, la resurrección del Señor. Me conmueve la pasión del dolor y de los que sufren, pero si solo me quedase ahí me hundiría. Por eso la celebración litúrgica que vivo con más alegría, entusiasmo y emotividad es precisamente la Pascua del Señor.
Me motiva el ejemplo de Jesús. En tiempos de Jesús los sirvientes lavaban los pies a los huéspedes. Jesús se hizo un siervo y si él lo hizo yo tengo que hacer algo semejante. Lavar los pies en la Catedral está bien, es un gesto de humildad, pero los más rechazados, excluidos y condenados son los privados de libertad.
La sociedad los desprecia en general, entonces un gesto como el de Jesús es ese, acercarme a los que son despreciados y decirles; ustedes valen, son hijos de Dios, pueden rehacer su vida. Como Jesús les lavó lo pies y se los besó.
Si de alguna forma les llega el mensaje de Jesús, les digo que acojan esa semilla. A todos los que están pensando en violencia, asalto, robos, delincuencia que si les llega mi palabra, la palabra de Dios, que si nace en su corazón un sentimiento bueno, no lo rechacen, que lo acojan, que esa semillita de bondad no la desprecien y que crezca en ellos el amor y el bien. No se van a arrepentir de ser buenos, Dios no abandona a los que le aman de corazón y a los que aman también al prójimo.