05/11/2024
10:30 AM

Padre Quetglas: 'Es una buena nueva; siempre el bien triunfa sobre el mal”

El religioso se prepara para estar en buenas condiciones hoy, día de la entrega del reconocimiento a la caridad.

San Pedro Sula, Honduras.

Aunque se siente agradecido por el honor que le hace la Fundación Obras Sociales Vicentinas (Osovi) al crear un premio que perpetuará su obra, el padre Antonio Quetglas considera, con su característica modestia, que es un galardón inmerecido.

“No todo el mérito lo tengo yo porque la gente me ha ayudado”, dice con voz atenuada por sus dolencias al referirse a la labor que ha desarrollado a lo largo de su vida sacerdotal por los más necesitados.

Precisamente esa meritoria obra social del religioso motivó a la fundación a entregar por primera vez el Premio Quetglas a personas que, como él, han ayudado con su corazón de buen samaritano a otros a mejorar sus condiciones de vida.

Como testimonio de su trayectoria de servicio están las Obras Sociales Vicentinas, la Casa del Niño, la Casa de la Niña y la Casa del Joven, a las que sigue apoyando desde su despacho de vicario parroquial en la Medalla Milagrosa de Tegucigalpa.

Por amor a los niños vivía con la mano tendida en procura de ayuda para sacarlos del abandono y darles la vida digna que ahora muchos tienen.

“No basta con decir ‘pobrecitos’; hay que ayudarles”, indica.

En lucha contra sus dolencias

El reconocimiento a los actos de caridad que se entregará hoy a las 7:00 pm en el primer Premio Quetglas, en el Centro Social Hondureño Árabe, será como la buena nueva entre tantas malas noticias generadas por la violencia, según Quetglas, quien se encuentra temporalmente retirado de su actividad religiosa a causa de su deteriorada salud.

“Son más las cosas buenas que se hacen que las malas. Al final siempre el bien triunfa sobre el mal”, comenta.

Las enfermedades han minado sus fuerzas, pero no su optimismo.

Cuando su secretaria le informó que había sido instaurado un premio con su nombre, “a la caridad hecha persona”, su rostro se iluminó y prometió que dejaría a un lado sus dolencias para viajar de Tegucigalpa a San Pedro Sula y estar en la ceremonia. Desde entonces se prepara para estar en buenas condiciones. Come bien y se somete puntualmente a sus terapias.

“Si Dios quiere, allí estaré presente”, dice, aunque sabe que su cuerpo está resentido por el peso de sus 82 años, el párkinson, los problemas de visión y la infección en el páncreas.

Sin embargo, cree que con el tratamiento y un poco de voluntad pronto volverá a tomar el ritmo y a concelebrar misas.

Sus años en San Pedro Sula

En San Pedro Sula dejó una estela de 18 años en obras sociales que se iban desarrollando a medida que detectaba las necesidades de la población con la que se relacionaba a diario.

Así fueron surgiendo otros proyectos como los Módulos de Ancianos, la Granja de Rehabilitación de Alcohólicos La Esperanza, la Casa del Buen Samaritano, la Clínica Médica y Dental La Merced y la colonia San Vicente de Paúl.

Lograba reunir ayudas hasta en los velatorios, pidiendo a los dolientes que en vez de coronas depositaran en una alcancía un donativo para las familias sin techo.

El sacerdote recuerda que mucha de la provisión para los niños de los albergues salía de la misa de la libra, que consistía en que cada uno de los fieles llevara una libra de cualquiera de los productos de la canasta básica.

También están en su mente las campañas de evangelización que se volvieron una tradición en su parroquia, especialmente la campaña infantil, que extendió a Tegucigalpa con el fin de sembrar la semilla de los valores en los jóvenes y niños.

El comienzo

El padre Quetglas comenzó su misión pastoral en Honduras, sirviendo en La Ceiba durante tres años.

También estuvo uno en Tela y 11 en Puerto Cortés.

En todos los lugares donde desarrolló su labor pastoral se le recuerda por haber tratado siempre de dar una respuesta concreta a los problemas sociales de los más necesitados, por su espíritu abierto y jovial.

En sus labios siempre resplandecía una sonrisa que ahora se resiste a esfumarse. Quienes lo conocen coinciden en que sabe dialogar con el más pobre y con el más acomodado.

Sabe despertar el interés de las personas, no tanto por su obra, sino por la de Jesús.

Para el reverendo, quien nació en el pequeño poblado de Santa Eugenia, provincia de Mallorca, España, recibió el primer llamado del Señor y la puesta en marcha de toda su obra el día de su bautismo, justamente dos días después de nacido.

La vivencia de su familia como hogar cristiano inspiró su vida e idealizó su entrega a la persona de San Vicente de Paúl, fundador de la congregación de la misión al ingresar a los 13 años, en 1944, a la escuela Apostólica de Palma de Mallorca.

Así, al separarse de su familia carnal se incorporó a la gran familia vicentina.

Sus estudios preliminares para la ordenación sacerdotal lo llevaron a recibir en 1957 el subdiaconado y fue ordenado diácono seis meses después.

El premio en su honor tiene dos finalidades: reconocer su trayectoria de servicio pastoral y humanitario e incentivar a otros a que tomen su legado.

En esta primera edición se nominaron tres mujeres: Astrid Panting de Ruiz, Clementina Martínez Lizardo y Rina Villar de Simón, pero la designada para recibir el premio será dada a conocer en plena ceremonia.

La premiación con el nombre de Quetglas se llevará a cabo todos los años, de tal manera que el nombre del religioso quede como ejemplo de amor y servicio a través del tiempo, dicen los organizadores.

Para el sacerdote, el galardón que lleva su nombre ayudará a descubrir rostros de personas humanitarias que se han mantenido ocultas y todas las cosas buenas que estas hacen en beneficio de sus hermanos desposeídos.

Una labor que hasta el momento solo Dios ha conocido completamente.