San Pedro Sula, Honduras.
El centro penal de San Pedro Sula vivió ayer su última noche como albergue para reos. Hoy serán trasladados los 791 reclusos que quedan y luego el inmueble queda oficialmente clausurado.
La incertidumbre de saber a dónde los llevarán tenía ansiosos a algunos presos, mientras que otros se mostraban nostálgicos.
En unas horas, el otrora peligroso reclusorio no será más que un recuerdo, sucias paredes y antiguos barrotes. Pronto será demolido.
LA PRENSA recorrió ayer en exclusiva las instalaciones del que fue considerado durante 30 años “una bomba de tiempo”.
Ayer, las autoridades permitieron que los familiares ingresaran comida, aunque no hubo visitas conyugales.
La mayoría se dedicó a empacar las pocas cosas que tenían y a prepararse para el traslado.
Pero en medio de la incertidumbre hubo buenas acciones: los internos de dos hogares donaron los aires acondicionados a la pastoral penitenciaria para que esta los lleve a hogares de ancianos o niños.
Así transcurrían las horas en un presidio que se miraba casi vacío, pero que paradójicamente tenía la población penitenciaria para la cual fue construido hace más de seis décadas. El vetusto edificio fue edificado a finales de la década de los 40 con el propósito de albergar a un máximo de 800 reos; pero debido a la falta de planificación y de una política penitenciaria efectiva albergó a 3,600 reclusos, según datos del Instituto Nacional Penitenciario.
Curiosamente, algunos presos hasta extrañaron el hacinamiento al que estaban acostumbrados, ya que después de los traslados, hogares como el 3B que albergaba 365 personas, ayer apenas tenía cuatro reos.
Los letreros en las paredes y los dibujos son los testigos fieles de los sentimientos de los privados de libertad. “Colombianas por siempre” se leía en una de las celdas donde estuvieron recluidas varias extranjeras.
Mensajes de fe, devoción por la Virgen y una que otra leyenda adonde demostraban su amor por alguien quedaron estampados en las paredes húmedas y manchadas por el paso del tiempo.
El mandamás.
Mientras los reclusos se alistaban en sus hogares, otros preferían divagarse en el recinto general. En las oficinas administrativas, un hombre de semblante tranquilo pero carácter fuerte, hacía sus últimos ajustes en el inmueble.
Es el coronel Geovany Iraheta, último director del presidio que cumple las últimas horas al frente del penal.
“Es un momento histórico que va a quedar en la mente de las personas y tenemos la fe en Dios de que todo saldrá en completa normalidad”, dijo el militar.
Aseguró que el ánimo de los reos es de tranquilidad, “son conscientes del traslado y están preparados para salir en paz y en orden del presidio”.
Detalló que anoche había una población de 791 presos: dos mujeres y 789 hombres.
Relató que la mayoría de hogares estaban casi vacíos. Habían entre cinco y 10 presos en cada uno.
Recordó que la penitenciaría cuenta con 27 hogares de diferentes tamaños; había hogares de 300 hasta 400 personas en una sola celda.
Por su ubicación, el centro penal representaba una amenaza latente para el barrio Cabañas y sectores aledaños. El hacinamiento y la falta de medidas de seguridad convertían al recinto en una “bomba de tiempo”. Fue calificado como una “universidad del crimen” y se vivieron historias de horror y sangre, pero también de emprendimiento y perseverancia al aprovechar los talleres y aprender a leer. Anoche, mientras llegaba la hora del traslado, Manuel Miranda cocinaba en grandes calderos la última comida en ese penal: frijoles, arroz, espaguetis y tortillas. Hoy, gracias a Dios, se escribe una nueva página en San Pedro Sula.