Espantosa. Así es la realidad dentro de las cárceles hondureñas, pero especialmente en dos: la de San Pedro Sula y la de Santa Bárbara, dos prisiones que tienen los días contados.
Las razones para cerrarlas abundan. Además de estar sobrepobladas y de carecer de condiciones aptas para la rehabilitación de los presos, están ubicadas en los cascos urbanos de dos ciudades, cuyos vecinos, víctimas del miedo, han visto cómo adentro corre la sangre una y otra vez.
Para vivir y sobrevivir, y hasta para dormir, los reos se las ingenian. Unos venden comida, otros tejen hamacas, pero la gran mayoría no hace nada, y por eso hasta les queda tiempo para delinquir, tal como lo dijo el propio Presidente de la república al afirmar que desde las cárceles se ordena el 80% de los crímenes que se cometen en el país.
La cárcel de Santa Bárbara, para el caso, es un ejemplo de “buen ambiente”. Allí hay 521 reos que saben lo que es vivir hacinados. Allí no tienen espacio ni para caminar, pues el recinto es muy pequeño.
El centro penal ubicado en el centro de la cabecera departamental fue construido en 1930, es decir, tiene 86 años.
Sus cimientos y muros fueron hechos de adobe (tierra y zacate).
Por lo vetusto de los edificios que tienen más de 60 años son vulnerables para fugas y revueltas entre los reclusos; pero cada uno de los grupos tiene sus líderes y son quienes tienen el control.
|
El vetusto edificio apenas tiene ocho celdas y en cada una duermen al menos 78 reclusos de baja y mediana peligrosidad.
A diferencia de otros penales, en el de Santa Bárbara 14 mujeres están en una área separada, pero en pésimas condiciones, pues se han acomodado para cocinar con el riesgo de que suceda un accidente.
En el recinto, la mayoría son hombres y los miembros de pandillas que no están separados; pero la población penitenciaria es la que controla por seguridad de ellos mismos, admiten las mismas autoridades.
“Muchos no tenemos nada que hacer aquí, pues no hay espacio para poner un taller o algún negocio, lo que hacemos es pasar el tiempo”, dijo uno de los reclusos.
El hacinamiento y la falta de condiciones higiénicas dentro del recinto también lo sufren los policías penitenciarios que tienen que dormir en pequeños espacios y cerca de los reos.
Para los santabarbarenses la mejor decisión es cerrar el presidio, como anunció el Presidente; pero los privados de libertad dicen que temen ir a lugares con más restricciones y prefieren seguir como están a que se les acabe la “vida buena”.
En operativos sorpresas, autoridades han encontrado armas de fuego, cuchillos, machetes y aparatos electrónicos, lo que evidencia la vulnerabilidad de las prisiones.
|
Igual o peores relatos de hacinamiento tienen los reos comunes del centro penal San Pedro Sula.
El terreno para la construcción del centro carcelario fue comprado en 1949 por el Congreso Nacional, según recuerda el historiador Eliseo Fajardo, quien dice que unos años más tarde comenzó a funcionar con una capacidad para unas 700 personas, de eso ya hace más de 60 años.
Manifestó que el presidio tenía una cancha de fútbol y otra de baloncesto; “no es nada parecido a lo que ahora existe con el hacinamiento”, expresó.
Actualmente en la penitenciaria de San Pedro Sula hay 3,200 privados de libertad que viven en espacios reducidos. “Es una situación espantosa, el calor, la humedad, sin duchas, insalubridad”, así describe monseñor Rómulo Emiliani lo que viven los presos.
Indicó que aunado a las situaciones por el espacio insuficiente se agrega la mora judicial y la mala alimentación, pues aunque el costo diario de cada tiempo de comida pasó de 15 a 30 lempiras, sigue siendo insuficiente.
El obispo que lleva más de una década luchando junto a una fundación por la construcción de la cárcel que se erige a paso lento en La Acequia, sector de Naco, dijo que lo peor de todo es que la población penitenciaria está revuelta, y eso afecta, pues por ello se han cometido delitos graves dentro de las cárceles.
Las organizaciones vigilantes de derechos humanos han señalado la inseguridad tanto para los presos como para los vecinos del barrio Cabañas, adonde está ubicado el centro penitenciario.
“Desde adentro del penal tiran cosas para afuera, uno no puede decir nada, pero toda la vida hemos pasado temerosos de que puedan lanzar algún explosivo que nos cause daños”, dijo uno de los vecinos de Cabañas.