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De las calles y tatuajes a criminales organizados en Honduras

  • 09 mayo 2013 /

Surgen nuevas maras: los Rojos y Azules en la Rivera Hernández de San Pedro Sula.

    Son dos décadas de convivencia con una violenta cultura pandillera que se ha expandido en el país desde los años 90. De los tatuajes y las calles, la mara Salvatrucha (MS) y la pandilla 18.

    Los Estomperies, Black Angels, Blue Jeans, Mau Mau, Los Avispones, La Unión de Vagos Asociados, la Calle de los Perros, Los Siry Pury y Las Panudas eran grupos de pandillas en los años 70. Se enfrentaban con palos, piedras, cadenas, velocímetros, cuchillos y solo en casos extremos usaban las armas de fuego.

    Eran pandillas tradicionales que consumían cigarros, alcohol y algunas drogas. En los 80 surgieron Los Roqueros, Los Poison, Los Cholos, Los Macizos, Los Pitufos, Los Vatos Locos, que se autodenominaron maras, sinónimo de aleros, amigos. Sin embargo, con las masivas deportaciones de menores y jóvenes inmigrantes infractores que comenzó Estados Unidos, las violentas mara MS y pandilla del Barrio 18 llegaron a Centroamérica en los 90. Los pleitos de puño limpio cambiaron por un esquema de crueldad, sangre y crimen, hasta convertirse en la peor pesadilla que ha vivido el país.

    Actualmente, estudios de organizaciones que trabajan con maras y pandillas informan del nacimiento de dos nuevas organizaciones: los Rojos y Azules, agrupaciones de afrodescendientes que operan en la colonia Alfonso Lacayo, en San Pedro Sula.

    El último censo de mareros y pandilleros registra a 4,728 miembros activos, distribuidos en las principales ciudades de Honduras.

    La mutación

    El antes y después de las maras y pandillas en Honduras se marca con las medidas que el Gobierno de Honduras introdujo al reformar el artículo 332 del Código Procesal Penal y estableció el delito de asociación ilícita.

    Las leyes y enormes redadas de jóvenes tatuados provocaron la deserción de los integrantes de pandillas en algunos casos y en otros redujeron sus acciones delictivas. Pero la mayoría emigró y dejó las grandes ciudades para refugiarse en el interior del país. No solo se ocultaron, sino que cambiaron sus prácticas y decidieron ya no tatuarse para no ser detenidos. Cambiaron su vestimenta y se volvieron difíciles de identificar. Comenzaron a educar a sus nuevos miembros -niños de 9, 10 y 11 años que reclutaron en escuelas- para asegurarse un futuro como organización. Estos son los banderas, peones de las maras, niños recién reclutados o en camino de convertirse en miembro del grupo. Su trabajo actual es servir de vigilantes en las calles de los barrios y colonias y cobrar el impuesto de guerra. A cambio tienen la protección de la mara, celulares, ropa y hasta el pago de la escuela.

    Las maras ya no pintan los grafitis en las zonas donde residen sus cabecillas, cambiaron su manera de caminar y hablar y optaron por distribuirse y no congregarse en un solo lugar. “Buscaron nuevas formas. Ya no están tatuados o punteados. Ahora andan bien vestidos y algunos usan manga larga para ocultar los tatuajes. El único lugar donde muestran las señales o símbolos de las pandillas es en las prisiones”, explicó Edgardo Galdámez, exjefe de la Unidad de Maras y Pandillas, quien fue asesinado días después de colaborar en la realización de este reportaje. Galdámez había sido trasladado a la Unidad de Robo de Vehículos después de recibir varias amenazas contra su vida.

    Logística

    Hay un cuerpo de profesionales al servicio de los grupos criminales. Algunos son pandilleros que fueron enviados a la universidad a estudiar y otros son contratados para brindar sus servicios cuando lo requiere la organización.

    Dentro del grupo figuran contadores, responsables de legalizar los activos y de llevar la planilla de pago a todo aquel que les ha prestado un servicio. Dentro del personal a su servicio hay policías, militares, fiscales, abogados, administradores, médicos y hasta jueces, aseguró el agente.

    “Tienen su cuerpo de abogados. Son jóvenes a los que les han financiado los estudios y los filtran. Tenemos información de abogados, médicos y administradores que son integrantes de la mara”, explicó Galdámez.

    Hay otros que trabajan en el área de finanzas y rinden cuentas de los movimientos financieros de la organización y deben hacerlo con transparencia. Si se detecta algún acto de corrupción que perjudique a un miembro de la mara o pandilla o la agrupación, el encargado es eliminado.

    Los fondos

    Hay reglas dentro de la mara, especialmente la MS, que según analistas es la más organizada. Cuentan con un fondo de caja chica que utilizan para gastos menores. Esto ha sido descubierto después de redadas en las que se han encontrado libros contables y listas de activos. Cuentan con buzones, vecinos de los mareros a quienes les entregan una fuerte suma de dinero y luego, conforme las necesidades más inmediatas, se la van solicitando.

    Pero ahora tienen cuentas bancarias en el sistema financiero nacional utilizando testaferros. Adquieren armas, municiones, vehículos y bienes inmuebles.

    A negocios “lícitos”

    Con tanto recurso que perciben los mareros hacen inversiones millonarias en el transporte urbano, son dueños de varios taxis y rapiditos que tienen operando, además de mototaxis que, solo en San Pedro Sula, estiman los agentes de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) que rondan los 150.

    Las investigaciones del cuerpo de inteligencia de la Unidad de Maras y Pandillas en Tegucigalpa dan indicios de que estas redes criminales ahora también han invertido en algunas pequeñas y medianas empresas, insertándose en la economía formal y la sociedad.

    “La MS tiene un férreo control de sus finanzas, están organizados, tienen un tesorero, llevan libros contables y son fiscalizados. Estamos hablando de que estamos ante una estructura muy bien montada y ordenada, que administra bien los recursos que obtiene ilícitamente para convertirlos en fondos lícitos”, dijo el investigador.

    “Las maras y pandillas están enfocadas en hacer dinero. Se están profesionalizando más, no quieren aparentar violencia, sino que buscan hacer dinero y controlar más, tener más territorio y poder al grado de que buscan entrar en el sistema político”, concluyó.

    Centros de alcance “Por mi barrio”, una mano amiga

    Las niñas, niños y jóvenes de los barrios y colonias más populosas de Tegucigalpa, Choloma, San Pedro Sula, La Ceiba y Puerto Lempira son parte de un proyecto para que puedan practicar deportes, arte y entretenimiento.

    Los Centros de Alcance para prevenir la violencia juvenil son una iniciativa promovida y financiada por el Gobierno de Estados Unidos mediante la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) e implementada por Creative Associates International Inc.

    Este programa cuenta con el apoyo de municipalidades, patronatos comunales e instituciones basadas en la fe. Estos centros contribuyen a prevenir que los jóvenes participen en actos de violencia juvenil y caigan en el peligro de las drogas.

    En Honduras se encuentran 33 Centros de Alcance y son 110 en Centroamérica. En los próximos meses se inaugurarán otros centros en la región, de los cuales siete serán para Honduras.

    En los Centro de Alcance por Mi Barrio se imparten talleres de computación, inglés y electricidad gracias al apoyo del Instituto Nacional de Formación Profesional, que certifica a cada joven beneficiado. Adicionalmente hay espacios lúdicos, para reforzamiento escolar, homologación educativa y uniformes de fútbol para apoyar a la liga de la comunidad y un gimnasio como microempresa de sostenibilidad. Alianza Joven Honduras, programa de la Usaid, busca empoderar jóvenes, comunidades, municipalidades y gobiernos para afrontar el desafío de la violencia por medio del establecimiento de alianzas público-privadas y la participación activa de la sociedad civil.
    Los Centros de Alcance proveen capacitación laboral y escolar para que los jóvenes desarrollen destrezas laborales, mejoren su rendimiento académico y reduzcan la deserción escolar.