El Brexit ha despertado a las élites políticas y económicas en ambos lados del Atlántico ante la realidad que han estado intentando ignorar: la clase media está sufriendo.
Tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, los ingresos medios han estado estancados durante décadas.
En el Reino Unido, los estándares de vida han caído para todos, con excepción de los más ricos.
En Estados Unidos, la mayoría de los niños de las escuelas públicas ahora provienen de familias de bajos ingresos, y por primera vez la clase media es una minoría demográfica.
La gente se ha enfurecido con un sistema que los ha abandonado, con un sistema que ni siquiera reconoce ese abandono.
Y por eso, la gente está volteando a ver a demagogos en todo el mundo.
Es fácil apuntar con el dedo al liderazgo político fallido. Pero esto también tiene que ver con liderazgo corporativo fallido.
La empresa tiene que jugar un papel más activo en la creación del tipo de economías prósperas que inoculen a las sociedades contra la autoimplosión, porque dichas implosiones también arrastran a las empresas.
La gente que tiene buenos trabajos (trabajos que les permiten hacer algo útil, que pagan sueldos que alcanzan para vivir, que vienen con buenas prestaciones) y que puede educar a sus hijos, recibir el servicio de salud que necesitan y que vive vidas completas y decentes, no hace explotar sus propias economías con una invitación equivocada a la atención, la justicia y la venganza.
No basta con simplemente dejar que la vida de la gente caiga cuesta abajo un poco más lentamente que la empresa de al lado, y decir que se ha hecho un buen trabajo.
No puede pagar más y más a sus ejecutivos séniors y pagar (relativamente) menos y menos a los trabajadores.
La reacción de la gente que ha sido olvidada por un modelo inservible de prosperidad es muy destructiva, de la misma forma en que lo será cuando llegue la próxima crisis financiera.