La ola forma una cresta y el surfeador, con una sonrisa en la cara, aprovecha para tomarla y deslizarse sobre la parte cóncava. Es la plenitud total.
Da envidia ver las fotos o los videos de esos expertos surfistas de olas gigantes, su disfrute del impulso a pesar del peligro. 'Todo está en la mente', comenta Eric Rebiere, uno de los campeones del mundo. Sin embargo, no todo es gozo. Como profesionales, además de la práctica constante, de las caídas, de los riesgos, deben conocer a la perfección el principio que gobierna las olas: el de contracción y expansión. La ola crece y se expande, para luego deshacerse y contraerse de nuevo.
Dicha ley no sólo corresponde al vaiven del mar, sino también a nuestra vida. Nada en el universo está quieto, todo está en constante movimiento. La vida se desenvuelve en esos dos polos de contracción y expansión. El otoño y el invierno son estaciones de contracción, mientras que la primavera y el verano lo son de expansión.
De hecho, en este momento, tu corazón late gracias a que al expandirse y contraerse bombea más de cinco litros de sangre por minuto. Los pulmones se expanden y contraen al inhalar y exhalar el aire que nos da vida. Vaya, nuestra existencia se debe a la milagrosa expansión de un embrión en el vientre de nuestra madre, seguido por la contracción que nos trajo al mundo, ¿cierto?
De la misma manera sucede con la salud, la energía, las relaciones, hasta con una conversación o con la conciencia que se contrae o se expande de manera constante a pesar de que no nos percatemos de ello. Por ejemplo, ¿qué pasa en el cuerpo al sentirnos ansiosos o estresados? El estómago se contrae, la garganta se aprieta, los músculos se tensan. El cuerpo refleja una contracción cuyo origen está en la mente. En cambio, cuando estamos contentos, relajados, nos sentimos seguros y apreciados nuestros músculos, la respiración y las células se relajan.
Hay veces en que a pesar del trabajo de conciencia que hayamos hecho, el guionista de nuestra vida nos manda un examen sorpresa -relativo a la familia, las relaciones personales, incluso al trabajo- y, de repente, el caos entra inevitablemente en nuestra existencia. Entonces comprendemos que nada en la vida puede existir sólo en expansión, de nada sirven las frases como: 'Esto no tenía que suceder' y 'Esto no era lo planeado'.
La vida se desenvuelve entre la polaridad del orden y el caos. El reto es aprender que tener el control de la vida es una mera ilusión. La contracción es inevitable, cuando llega nos toca aceptar que es momento de tener serenidad y paciencia.
Lo curioso es que en muchas ocasiones lo que creemos mejor para nosotros no lo es. Hay veces en que resulta que, visto en retrospectiva, los momentos de contracción eran lo mejor que nos pudo haber pasado porque abrieron nuestra conciencia y nos hicieron crecer y apreciar lo que antes dábamos por hecho.
El caos no es malo, cuando llega hay que experimentarlo, preguntarnos lo que subyace a la experiencia y compreder que sólo significa la disolución de algo para dar lugar a otra cosa distinta, para así aprovechar una nueva ola, tomar su cresta y deslizarnos en ella mientras se expande.
Da envidia ver las fotos o los videos de esos expertos surfistas de olas gigantes, su disfrute del impulso a pesar del peligro. 'Todo está en la mente', comenta Eric Rebiere, uno de los campeones del mundo. Sin embargo, no todo es gozo. Como profesionales, además de la práctica constante, de las caídas, de los riesgos, deben conocer a la perfección el principio que gobierna las olas: el de contracción y expansión. La ola crece y se expande, para luego deshacerse y contraerse de nuevo.
Dicha ley no sólo corresponde al vaiven del mar, sino también a nuestra vida. Nada en el universo está quieto, todo está en constante movimiento. La vida se desenvuelve en esos dos polos de contracción y expansión. El otoño y el invierno son estaciones de contracción, mientras que la primavera y el verano lo son de expansión.
De hecho, en este momento, tu corazón late gracias a que al expandirse y contraerse bombea más de cinco litros de sangre por minuto. Los pulmones se expanden y contraen al inhalar y exhalar el aire que nos da vida. Vaya, nuestra existencia se debe a la milagrosa expansión de un embrión en el vientre de nuestra madre, seguido por la contracción que nos trajo al mundo, ¿cierto?
De la misma manera sucede con la salud, la energía, las relaciones, hasta con una conversación o con la conciencia que se contrae o se expande de manera constante a pesar de que no nos percatemos de ello. Por ejemplo, ¿qué pasa en el cuerpo al sentirnos ansiosos o estresados? El estómago se contrae, la garganta se aprieta, los músculos se tensan. El cuerpo refleja una contracción cuyo origen está en la mente. En cambio, cuando estamos contentos, relajados, nos sentimos seguros y apreciados nuestros músculos, la respiración y las células se relajan.
Hay veces en que a pesar del trabajo de conciencia que hayamos hecho, el guionista de nuestra vida nos manda un examen sorpresa -relativo a la familia, las relaciones personales, incluso al trabajo- y, de repente, el caos entra inevitablemente en nuestra existencia. Entonces comprendemos que nada en la vida puede existir sólo en expansión, de nada sirven las frases como: 'Esto no tenía que suceder' y 'Esto no era lo planeado'.
La vida se desenvuelve entre la polaridad del orden y el caos. El reto es aprender que tener el control de la vida es una mera ilusión. La contracción es inevitable, cuando llega nos toca aceptar que es momento de tener serenidad y paciencia.
Lo curioso es que en muchas ocasiones lo que creemos mejor para nosotros no lo es. Hay veces en que resulta que, visto en retrospectiva, los momentos de contracción eran lo mejor que nos pudo haber pasado porque abrieron nuestra conciencia y nos hicieron crecer y apreciar lo que antes dábamos por hecho.
El caos no es malo, cuando llega hay que experimentarlo, preguntarnos lo que subyace a la experiencia y compreder que sólo significa la disolución de algo para dar lugar a otra cosa distinta, para así aprovechar una nueva ola, tomar su cresta y deslizarnos en ella mientras se expande.