20/05/2024
01:51 AM

Tomasito Ponce, líder grande

Juan Ramón Martínez

Desde muy pequeño, Tomás Ponce, el hijo de Cayita Posas – de “las Posas blancas”– y Felipe Ponce, político nacionalista y empresario muy juicioso, gozó de la simpatía general. Era gordo, trigueño y grande. Muchos de mi generación le hacíamos bromas, sobre sus aficiones desmesuradas en asuntos alimenticios. Era tan querido, que todos le llamábamos Tomasito. Antes, se le llamó así, recuerdo, a Tomás Miranda, para diferenciarlo de su padre del mismo nombre. Cosa que no era aplicable a Tomás. Muchos años después, Roberto Michelleti, en reunión de amigos, me reclamó por el apodo cariñoso y me recomendó que lo llamáramos Tomasón. Aunque reí, no insistí que el apodo era fruto del cariño y el afecto, porque Tomasito fue desde el principio, un rostro sencillo, amable, generoso, que nos provocaba afecto general.

Desde 1963 hasta los años 80, lo perdí de vista. Pero en nuestras reuniones siempre se le mencionaba por su condición de hermano de dos mujeres hermosas: Margarita y Catalina. Jardel Quezada, siempre ocurrente, decía que Tomasito, de postre, se comía un racimo de bananos. Era una evidente exageración. Lo que sí era cierto fue su natural popularidad desde niño, su afectuosa inclinación hacia los demás y los repetidos saludos en las calles de entonces, lo que hizo que se volviera un muchacho ejemplar. Fue a estudiar al Curla y se graduó de ingeniero agrónomo, de escaso ejercicio como era natural.

Muerto su padre, los liberales de Olanchito, le echaron el ojo y lo invitaron a correr como diputado. Aunque de familia nacionalista, los liberales por afecto, lo aceptaron y ganó el cargo. Llegó al Congreso, donde hizo numerosas amistades. Una vez que lo encontré, me invitó a que hiciéramos gestiones para fundar un centro universitario en Olanchito. Fuimos a varias entrevistas – que organicé; entonces, era miembro de la Unah —con la rectora Ana Belén Castillo, que nos dio todo el apoyo para que el Consejo Universitario autorizara la apertura del Curva. Guardo una fotografía de la primera reunión de trabajo.

Durante fue diputado, Tomasito trajo en varias oportunidades a doña Mencha a Tegucigalpa, en donde cumplía sus citas médicas. Creo que la iniciativa fue obra suya. No recuerdo habérselo pedido. Lo que sí tengo presente –mi hermana Carmen, me lo recordó desde Holanda– que Tomasito, el diputado, era tan atento que detenía el vehículo para darle satisfacción y comodidad en un largo viaje que para su edad tenía algo de martirio. Cuando se produjo la crisis de 2009, Tomasito siguió a Mel y volvió a ganar. Después fue alcalde, puso a su hijo de diputado y lo nombraron gobernador de Yoro. La muerte lo encontró en ese cargo.

Su fallecimiento, cuando todavía podía dar más a la ciudad y al departamento, estremeció a todos los que le conocimos. Porque no fue sectario, estuvo siempre abierto a todas las opiniones, incluso las que no coincidían con la suya, y fue generoso, extendiendo la mano y la voz cordial para emprender tareas comunes. Fue un miembro diferente del PLR. Inigualable. Ni siquiera se parece con su hijo, para dar un parámetro comparativo. Porque Tomasito fue un gran corazón, volcado hacia los demás que siempre tuve la impresión que nos pedía disculpas por el tamaño de su cuerpo, con el cual no amenazaba a nadie, y más bien, lo que buscaba era dar afecto generoso.

Y sirvió a Olanchito y a los partidos que perteneció. Al PL y al PLR. Poniendo en evidencia que se puede ser “refundidor” sin ser sectario, odioso, excluyente y que luchar por el bien común es un obligado encuentro de todos los sueños y voluntades. Sin odios.

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