El desierto del Sahara emite cada año entre 1 y 2 millones de toneladas de polvo en suspensión a la atmosfera, el cual es de forma mayoritaria exportado hacia el Atlántico en la denominada capa de aire sahariano, que es una corriente de aire que transporta a las partículas de polvo desértico hasta el Caribe y las Américas.
Las corrientes de aire levantan arena y otras partículas contaminantes de las zonas deforestadas de la región, principalmente de los países subsaharianos.
Enfermedades
Estas nubes de polvo suelen afectar a las personas que ya padecen enfermedades respiratorias, como el asma, bronquitis u otro tipo de afecciones.
El polvo del Sáhara puede contener partículas que produzcan síntomas como tos seca, dolor de garganta, picazón, ojos llorosos, estornudos y secreción nasal.
Los altos niveles de polvo sahariano pueden exacerbar problemas en personas con alto riesgo de complicaciones respiratorias, según el organismo sanitario.
Los minerales, ácaros, virus, bacterias y otros patógenos arrastrados por la nube incrementan el riesgo de enfermedades, sobre todo en pacientes asmáticos y alérgicos.
Las partículas en las nubes también afectan a los ecosistemas terrestres y marinos, sobre todo a los arrecifes coralinos, así como a las cosechas de frutas, arroz, caña de azúcar y legumbres.
El desierto del Sahara es la mayor fuente de polvo mineral y genera entre 60 y 200 millones de toneladas al año.
Las partículas más grandes se precipitan rápidamente al suelo, pero las más pequeñas pueden ser transportadas a lo largo de miles de kilómetros y llegar a Europa e incluso a otros continentes.
Los principales efectos que genera el polvo del Sahara son atardeceres y amaneceres con tonalidades rojizas, debido a la dispersión de los rayos solares por las partículas de polvo.
Asimismo, inhiben el desarrollo e intensificación de los ciclones tropicales en el Océano Atlántico, debido al viento cálido, seco y fuerte que se desplaza sobre la región.